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Celular: adicción y trabajo

Hace mucho que dejó de ser caricatura la imagen aquella de un homo sapiens de rasgos simiescos y cabeza gacha, atrapado por la pantalla de su teléfono celular.

9 de marzo de 2017 Por: Víctor Diusabá Rojas

Hace mucho que dejó de ser caricatura la imagen aquella de un homo sapiens de rasgos simiescos y cabeza gacha, atrapado por la pantalla de su teléfono celular. Ya no es chiste: hoy somos esclavos de la hiperconectividad. Basta comprobarlo en el MÍO y en el paradero; en la escuela y en el restaurante; en el parque y la sala de la casa; y, cómo no, en la alcoba.

Lo dicen los estudios. En promedio, desbloqueamos entre 80 y 110 veces al día el teléfono para calmar la ansiedad de esta inagotable adicción de nuestros tiempos. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Nadie parece saberlo. Aquí lo único cierto es que nos hemos convertido en ‘zombies’, fruto de un fenómeno que invadió nuestras vidas y se quedó con ellas.

Además, sin antecedentes en la historia de la humanidad. Quizá pasó algo similar cuando la imprenta popularizó los libros, visto el fenómeno desde la orilla de quienes no sabían leer. La diferencia es que hoy casi no hay excepciones.

Y aunque estar hiperconectado parecería una decisión personal, no lo es del todo. Primero, porque hay un ‘ser o no ser’ que conlleva consecuencias difíciles de entender para algunas generaciones y más difíciles de afrontar para otras.

Un caso nada más: la gama del celular es para los niños el pasaporte de entrada a círculos que ambicionan, ya sea en el colegio o con los amigos del barrio o conjunto. ¿Absurdo? Qué duda cabe.

Ahora bien, vaya y dígale a su hijo o nieto que busque un espacio social en el que las relaciones no se midan en términos de píxeles o gadgets, a ver no solo qué siente él sino cuál puede ser su suerte.

Pero por la misma vía nos han llevado de narices a otro ámbito, sin derecho a protestar, el laboral. Sobre todo eso, a pesar de que socava un derecho, el de ceñirnos a un horario. Sin preguntarnos, nos obligaron a estar siempre listos.

¿Cuántos correos de la oficina responde usted en momentos que, en teoría, disfruta del descanso consignado en su contrato? ¿Y cuántos mensajes impostergables de la compañía, provenientes de compañeros o de sus jefes, encuentra en su WhatsApp, cuando hace rato salió de su trabajo?

Esos mismos a los que no hay forma de sacarles el cuerpo, porque es público cuando estuvimos conectados por última vez. Y, por si faltara algo, el tal chulito azul nos delata si ya leímos lo que nos mandaron.

Y qué tal está otra pregunta, más difícil de responder: ¿cuánto tiempo por fuera de su actividad laboral dedica usted a esperar ese mensaje que teme que le llegue de la empresa? ¿Padece ya usted de ese ‘estrés anticipatorio’ del que hablan los expertos? Pero, ¿le pagan horas extras por hacer todo eso? No. Y ni sueñe que eso va a ser remunerado. Son los tiempos modernos, se dictará y se cumplirá.

Aunque quizás le sirva conocer que la nueva reforma laboral en Francia obliga, por ley, a once horas de desconexión total entre jornada y jornada, para efectos laborales en empresas de más de 50 empleados. O que hay ejemplos de bloqueo al correo interno como el de la Volkswagen, para que sus empleados se aislen entre las seis y cuarto de la tarde y las siete de la mañana del día siguiente.

Pero sospecho que ni unos (franceses) ni otros (alemanes) destinarán más tiempo a sus familias antes de saber lo más urgente: las últimas en sus cuentas de Facebook, Instagram, WhatsApp o demás ataduras.
Mejor dicho, hay que aceptarlo, este viaje no tiene regreso. Que lo diga el hijo, muy chico, de una amiga. De cara a un camping del curso, él tenía muy claro este fin de semana que en su morral ya llevaba lo insustituible (el celular) como para que ahora lo pusieran a cargar con lo accesorio (el cepillo de dientes).

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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