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Déjà vu

A Aída Avella su abuelo, el Alcalde del pueblo, le enseñó a...

22 de noviembre de 2016 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

A Aída Avella su abuelo, el Alcalde del pueblo, le enseñó a leer y escribir. Y a ser rebelde en medio de una familia católica. Estudió con monjas y se fue de su natal Sogamoso a la Universidad Nacional con los ahorros que su padre le dejó al morir. La suya era una familia humilde, de 9 hijos y una madre viuda que soñaba con que los mayores sacaran adelante a los más chiquitos.En la Nacional era feliz. Eran los años fascinantes de bohemia intelectual en los que Marta Traba, Camilo Torres y Neruda coincidían en las aulas. Millones de jóvenes soñaban con cambiar la historia. Ella también y por eso comenzó a militar en la UP cuando hace 30 años el país saludaba con esperanza los coletazos del diálogo de las Farc con el gobierno de Belisario Betancur. Incluso Luciano Marín, hoy conocido como Iván Márquez, llegó al Congreso, pero la violencia contra la UP lo mandó de regreso al monte y, ahora, tres décadas después volverá a intentar la política sin armas.Avella, por su parte, huyó de Colombia durante 17 años tras sobrevivir a un atentado. Se fue a Suiza donde trabajó en una chocolatería y en una perfumería. De su partido político mataron a más de 4.000 militantes entre 1986 y 1994, incluidos once alcaldes y dos candidatos a la Presidencia de la República: Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa. La última víctima de esos años desgraciados contra la UP fue Manuel Cepeda Vargas, padre del hoy congresista Iván Cepeda. Lo asesinaron el 9 de agosto de 1994 y en la investigación se constató que agentes del Estado participaron en su crimen. La larga estela de sangre que eliminó sistemáticamente a toda una organización política dejó cicatrices que no cierran y fantasmas que retornan con un presente tan cenagoso como el que estamos viviendo. La Fiscalía hoy sigue investigando qué pasó -¡30 años después!- y todavía faltan ponerles nombres y apellidos a tantos asesinos sueltos que pasaron de agache en medio de tantas balas y tanta turbulencia política.Lo que está pasando hoy comienza a parecerse a lo sucedido en 1986. Según el Secretariado de las Farc, en carta enviada al presidente Santos, tan sólo este año han sido asesinados 200 líderes sociales. La situación es tan grave que sólo en la última semana se han presentado tres muertes y tres atentados. Ayda Avella me dice que se siente regresando a los 80. “No podemos devolvernos al genocidio. No podemos volver a que suene el teléfono y nos avisen que alguien ha muerto”, reitera.Las Farc y su ejército de 7.000 hombres están dispuestos a deponer sus armas y hacer tránsito a la política. Faltan los ajustes institucionales necesarios para garantizar ese camino, además de la refrendación del acuerdo que seguramente se dará vía Congreso de la República. La nuestra ha sido una nación en guerra que -se estima- ha dejado 220 mil víctimas. Y en esa barbarie ininterrupida tanto los hombres de ‘Timochenko’ como los agentes del Estado que patrocinaron falsos positivos y siniestras alianzas con las autodefensas tienen responsabilidad. Por eso hay que acabar ya esta guerra y proteger a quienes 30 años después intentan formar un partido político, como corresponde, sin armas. En manos del presidente Santos y de dirigentes como Uribe está el que 2016 no se convierta en un 1986.