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Vislumbres españolas

Ahora Madrid, de nuevo, el primer destino europeo de mi vida post adolescente y cuasi adulta.

24 de octubre de 2017 Por: Santiago Gamboa

Ahora Madrid, de nuevo, el primer destino europeo de mi vida post adolescente y cuasi adulta. La ciudad en la que, por primera vez, tuve una habitación propia, al decir de Virginia Woolf, en el sentido de mi primera casa, y que respondía a la descripción de “dos habitaciones en apartamento compartido”, según el anuncio de arriendo, en la Calle Santísima Trinidad. Esta vez llego a un bonito hotel en la Calle Infantas, muy cerca de la Gran Vía y la Calle Alcalá, al lado de dos templos madrileños: el Círculo de Bellas Artes y el bar Cock, donde hacen, creo yo, el mejor Dry Martini de la era post climática y post franquista (durante Franco era el bar Chicote, mencionado por Hemingway). Y ya que menciono el clima, Europa sigue en este curioso y prolongado “verano indio” (por el Indian summer), una extensión del buen clima de un par de semanas en octubre, pero que parece no querer irse, y así no haga realmente calor, sí hay un clima muy sabroso, de andar en camisa por la calle.

Y entonces las terrazas de las tascas y los bares madrileños están repletos, claro. Todo el mundo hablando a gritos de la crisis económica entre deliciosas tapas de pulpo y jamón de bellota, croquetas y gambas. “¡Una de calamares!”, se oye gritar. Y cuando piden el segundo Gin Tonic o la segunda caña, el tema de actualidad: ¡los catalanes! Que se van, que no se van, coño, pues que se larguen. Que si son españoles, que si no. Una mujer grita: “¡Qué españoles van a ser!”. Todo se oye, todo el mundo opina en una España habituada al desparpajo gnoseológico y al énfasis. No creo que haya otro país en donde las verdades dependan tanto de los gestos. Y en los barrios de Alfonso XIII y en Goya y por la Calle Barquillo, muchas banderas españolas colgando de los balcones. Pensé al principio que era por algún aniversario franquista, pero no, es por la unidad de España. Le pregunto qué opina de las banderas al camarero del café Gijón, en el Paseo de Recoletos, y me dice: “¡Es que por aquí hay mucho facha!” Es decir, fascistas, falangistas. Según la tradición, las familias burguesas del franquismo son las que tienen banderas de España en sus casas. Era costumbre del Generalísimo, quien solía decir: ¡Por Dios y por España!

Pregunto por los llamados ‘soberanistas’, o sea los independentistas catalanes, liderados por Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, y me dicen: “Es que esos también son unos fachas. Mira, pa’entendernos: esto es una pelea entre los fachas de acá y los de allá… ¡y en eso se van a cargar a España!”. Y para mi gran sorpresa, me explican que las demás culturas de lengua catalana, por ejemplo, Mallorca, no está con la independencia sino con la unidad.

La otra vida madrileña está en las librerías, así que me voy a La Central, en Callao, y luego a la Antonio Machado, en el Círculo de Bellas Artes. Hay gran profusión de ediciones de Miguel Hernández, quien murió en la cárcel a los 31 años, víctima de Franco y del dictador portugués Salazar. Y muchos libros nuevos: Los pacientes del doctor García, de Almudena Grandes; Berta isla, de Javier Marías, en todas las vitrinas, al lado de 4,3,2,1, de Paul Auster. Y nuestro compatriota Juan Cárdenas con El diablo de las provincias, exitosa novela agotada en dos grandes librerías y que solamente logré conseguir tras larga y provechosa caminata, y que desde ya recomiendo.

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