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Soñar con Asia

Mientras cruzaba el mundo de un extremo a otro para llegar a...

16 de noviembre de 2016 Por: Santiago Gamboa

Mientras cruzaba el mundo de un extremo a otro para llegar a Seúl desde Colombia pensaba en Asia, en lo que me hizo interesarme por Asia, y entonces recordé a un autor, Joseph Conrad, y su gran novela Lord Jim, en la cual un joven huye de la culpa, una culpa obtenida por inexperiencia y por ambición, al dejarse llevar por marineros curtidos y sin alma a cometer una bellaquería. ¿Y a dónde huye Lord Jim? Al oriente, cada vez más a oriente. Primero va a Singapur y luego se interna por la península malaya. El nombre de Lord Jim es una traducción de la voz ‘Tuang Jim’, como lo llamaron los aborígenes de la última región en la que buscó refugio. Ese libro me cautivó. La idea de escapar de la culpa yendo hacia Oriente fue un verdadero descubrimiento. ¿Me sentía yo culpable? Luego, con los años, descubrí que Bogotá, con sus 2.700 metros de altura, provocaba una extraña reacción en mí y es que la falta de oxígeno me hacía sentir culpa. Una culpa sin motivo, como la de Joseph K. Por eso siempre he creído que si Kafka hubiera nacido en Bogotá podría haber escrito los mismos libros.La culpa. No en vano la primera ciudad de Asia que conocí fue Singapur, la primera escala de Lord Jim en su viaje hacia el olvido. Ahí en Singapur me encontré con otro libro, San Jack, de Paul Theroux, del que Peter Bogdanovich hizo una estupenda película protagonizada por Ben Gazzara, y además llegó Somerset Maugham con su narración La carta, que transcurre en el bar del hotel Raffles. Caminé por las calles de Singapur y me sentí libre. Un americano tranquilo. Poco después viajé a Pekín e inicié lo que podría llamar ‘una temporada china’.Después conocí Jakarta, donde encontré el café Batavia y las obras de Pramoedya Ananta Toer, que estuvo en la cárcel casi toda su vida por militancia comunista y que fue candidato al premio Nobel al menos cinco veces. Después viajé a Bangkok y conocí sus ásperos bajos mundos y acabé escribiendo sobre ellos en mi novela Plegarias nocturnas. Luego viajé por la India, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka. Un día fui invitado a Tokio y al fin pude conocer la ciudad de Murakami. Asia, Asia me hacía sentir libre.Por eso cuando el Instituto de Lenguas y Traducciones de Corea me invitó a Seúl no lo dudé un instante. Era una de las pocas grandes capitales que me faltaba por conocer, e incluso me sentía en deuda. La verdad es que era una vergüenza no haber conocido antes esa ciudad, me dije al llegar, y pensé que se me había hecho ya un poco tarde para conocerla. Tal vez debía fingir que ya la conocía. Había estado leyendo al filósofo coreano Byung Chul Han, sobre todo La sociedad del cansancio, y ya había comprendido que si el Siglo XX fue bacterial y viral, el XXI empezaba siendo neuronal, pues su gran mal era la depresión. Pero en Seúl la gente en la calle no parecía muy deprimida, aunque esto es sólo una imagen externa. Tal vez sus fantasmas son invisibles, ¿cómo saberlo? Esos fantasmas deben estar en su literatura, me dije. Escuchar al poeta Pak Jeong-de fue muy revelador, pues dijo que cada persona era un extraño planeta, perdido en medio de un solitario universo, y que “el sonido del fuego es como una revolución silenciosa”. Y luego, en otra charla, la escritora y poeta Ham intentó definir el amor con una frase que me pareció hermosa y enigmática: “Hay gente que simplemente camina”.Sigue en Facebook Santiago Gamboa - club de lectores