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Sexo y recato

Recuerdo haber escuchado hace algunos años una encuesta en la que se preguntaba a los oyentes cuántas veces al día pensaban en el sexo. Las respuestas fueron sumamente aleccionadoras.

5 de septiembre de 2017 Por: Santiago Gamboa

Recuerdo haber escuchado hace algunos años una encuesta en la que se preguntaba a los oyentes cuántas veces al día pensaban en el sexo. Las respuestas fueron sumamente aleccionadoras. Los varones, con cierto regodeo, confesaron pensar cada pocos segundos, y alguno dijo que todo el tiempo. Las mujeres, más recatadas, se limitaron a decir que una vez al día, e incluso una pontificó: “33 veces menos que los hombres”, encontrando en la pregunta un cierto aroma o tufillo machista. Aprovechando la llegada del Papa a nuestras tierras, creo que este tema es más que oportuno.

Sexo. Siempre he creído que el sexo, a igualdad de condiciones y en absoluta libertad y respeto recíproco, es el reino de las mujeres. La pérdida del sentido de la realidad, la locura pasajera o las regresiones infantiles provocadas por el placer se manifiestan sobre todo en las féminas. Como mucho, y solamente por no generalizar, diría que estas cosas les suceden raramente a los varones, en los cuales el placer es muy inferior. Isabel Preysler, la primera esposa de Julio Iglesias y actual pareja del cadete Vargas Llosa, se hizo famosa en España por sus desmayos durante el sexo, cuando empezó su relación con el entonces ministro de Economía, Carlos Boyer, quien la llevó varias veces a urgencias; lo mismo le pasaba a la modelo Naomi Campbell. Según la gente seria y bien informada, mandó en picada un avión privado mientras se refocilaba con su piloto, presa de un momentáneo ataque de locura.

Según el historiador Quinto Curcio, Cleopatra era tan fogosa que en ocasiones estrangulaba a sus amantes, y dice que la primera vez que fornicó con Marco Antonio, éste debió ser retirado en camilla, por cuatro esclavos, a reanimación. Mesalina, la mujer de Claudio, competía con las prostitutas de Roma a ver cuál aguantaba más hombres seguidos, y decía: “Dadme sólo un muro para recostar mi espalda”. Pensaba en el sexo y lo disfrutaba, y no tenía por ello ningún recato, como no lo tuvo la bíblica Ruth ni mucho menos Leda, la que durmió con un cisne que resultó ser Zeus, el dios omnipotente, el rey del Olimpo, cuyos poderes no le evitaron estar a los pies de una mujer. Judith, la hermosa y joven judía, liberó a su pueblo decapitando a Holofernes después del sexo y se convirtió en heroína. Ay, pérfidas féminas. El sexo es vuestro reino y hasta los dioses se arrastran para obtenerlo. De ahí que el más exquisito placer del varón sea seducir, y por eso hace listas, lleva cuentas, fanfarronea. Ese es su premio o su regresión a la infancia, y la verdad es bastante poco. El hombre en el sexo es como una hoja en un remolino: depende de fuerzas que no controla, que le son extrañas y probablemente incomprensibles. No hay más que verlo escribiendo literatura erótica.

Recato. Un amigo de Guatemala me preguntó una vez: ¿Sabes lo que dicen las guatemaltecas después de hacer el amor? Te miran a los ojos con dolor y exclaman: “Qué va a pensar usted de mí”. Es un chiste que habla del recato y el placer. La culpa por haber disfrutado de algo que la sociedad (masculina) les reprime, recordándoles que a pesar de haberlo perdido, alguna vez tuvieron un noble parecido con la virgen. Dios santo, y lo peor: el ser juzgadas como mujeres de cuatro en conducta, pues si algo produce recato, en ambos sexos, es la posibilidad de perder la ansiada respetabilidad.

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