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Se fue el 2017

Hace poco, en otra columna que escribo, mencioné dos de los mejores libros que leí este año, pero como aquí tengo más espacio agregaré algunos títulos, con el ánimo de que, quienes lean esto, tal vez elijan llevarse alguno en sus bolsos de viaje, hacia playas o cumbres borrascosas.

27 de diciembre de 2017 Por: Santiago Gamboa

Hace poco, en otra columna que escribo, mencioné dos de los mejores libros que leí este año, pero como aquí tengo más espacio agregaré algunos títulos, con el ánimo de que, quienes lean esto, tal vez elijan llevarse alguno en sus bolsos de viaje, hacia playas o cumbres borrascosas. Pues los libros, recuerden, tienen sed de ser leídos, quieren salir de las librerías e irse muy lejos, recorrer el mundo o la comarca, untarse de crema protectora y arena, mojarse con la llovizna del páramo o toser con el monóxido de carbono de esas nuevas ciudades en las que seremos otros y tal vez, sólo tal vez, podremos ser transitoriamente felices.

Empiezo por mencionar a un autor y colega ya muy consagrado (lo que, contrario a lo que muchos quisieran, aún no es un delito), Evelio Rosero, para mencionar su última novela, Toño Ciruelo, una oscura historia que es a la vez muy suya y muy diferente a sus anteriores. Un rasgo familiar: el primer capítulo, o subcapítulo, es magistral. Un torbellino breve e intenso que sumerge al lector, de cabeza, en las páginas. Un viejo condiscípulo, Toño Ciruelo, a quien el protagonista no ve hace veinte años, llega a su casa urgido por entrar al baño; el mal olor de la defecación se toma su edificio, la calle y el viejo barrio de Bogotá en el que vive. Aire, aire, ¡abran las ventanas! A partir de ahí, la novela adquiere la atmósfera de una crónica, la tensa amistad entre dos compañeros de colegio, Antonio Ciruelo y Heriberto Salgado, Eri, que es quien narra la historia. Y lo que viene es una versión literaria, intensa y verdadera, de la maldad humana; de cómo paso a paso esta va aferrándose, casi con dolor, a la vida de alguien, y se mete por la boca, cual serpiente, hasta el interior de una persona. El mal que lleva a la crueldad. Eso que Kant llamó “das radikal Böse…” (el mal radical).

Otra lectura, pausada pero maravillosa, fueron los Diarios tempranos del escritor chileno José Donoso, en donde se puede vivir, casi en tiempo real, los sufrimientos y contradicciones que Donoso debió superar para escribir no sólo sus primeras novelas, sino también los libros de la época adulta, sobre todo El obsceno pájaro de la noche que, como suele suceder con las obras maestras, atormentó al autor durante toda su vida. Un diario que recomiendo a los jóvenes que sueñan con ser escritores para que mediten sobre los peligros de la escritura, pues muestra hasta qué punto el destino literario puede ser por momentos un hoyo oscuro y desolador.

Siempre entrañable fue el último libro de Roberto Bolaño, Sepulcros de vaqueros, donde uno respira de nuevo esa enigmática prosodia suya. Una de las narraciones breves, Comedia del horror en Francia, habla del GSC, Grupo Surrealista Clandestino, el cual, desde las épocas de André Breton, vive en las alcantarillas de París. A través de esto uno vuelve a reconocer los ambientes de conspiración y secreto, de extrañas lealtades juveniles de sus grandes libros.

Y por si a alguien le interesa, en mi maletín de vacaciones hay tres novelas del uruguayo Mario Levrero, a quien no he leído nunca; el Diario de un genio, de Salvador Dalí (en relectura), los Diarios del actor Richard Burton; un ensayo sobre los orígenes de la desigualdad, El gran escape, del economista Angus Deaton, y poemas de Pessoa y Ernesto Cardenal.

Un feliz año a todos.

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