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Salinger: 100 años

El calendario de ciertos escritores sigue abierto, a pesar de que hayan muerto, y por eso me gusta recordar que este 1 de enero de 2019 se cumplieron cien años del nacimiento de Jerome David Salinger

2 de enero de 2019 Por: Santiago Gamboa

El calendario de ciertos escritores sigue abierto, a pesar de que hayan muerto, y por eso me gusta recordar que este 1 de enero de 2019 se cumplieron cien años del nacimiento de Jerome David Salinger en Nueva York, uno de los casos literarios más extraños y fascinantes de la Historia.

Joven abúlico, niño rico, viajero solitario en busca de alguna revelación, novio de la hija del dramaturgo y Nobel de Literatura Eugene O’Neill, Oona O’Neill, quien finalmente se casó con Charles Chaplin, miembro del contraespionaje en la II Guerra Mundial, soldado activo en el desembarco a Normandía, amigo de Hemingway en la París recién liberada, miembro del comité para la ‘desnazificación’ de Alemania, soldado depresivo y víctima de traumas, y finalmente joven escritor que, con su primera novela, El guardián entre el centeno, publicada por entregas en 1946 y en forma de libro en 1951, obtiene un éxito descomunal, tanto que algo en su cabeza decidió negar la realidad y encasillarse, cual guerrero, con tal empeño que más que proteger su privacidad parecía estar defendiendo su vida: no quiso volver a ser considerado escritor y, para ello, erigió un muro entre su persona y el J.D. Salinger célebre. Nunca más una entrevista ni una presentación en público. Cero fotos.

Deconstruir una vida no es fácil, pues cualquier gesto deja rastros. Cartas, por ejemplo. Debido a su enorme éxito, su correspondencia fue recopilada y empezaron los dolores de cabeza: antiguos amigos, exmujeres, familiares. Gran parte de su vida clandestina (clandestino de sí mismo), la pasó en demandas judiciales contra esos libros de correspondencia, y ganó varios juicios en los que se dictaminó que si bien la carta era propiedad de quien la recibió, el contenido le pertenece a quien la escribe.

Salinger fue uno de esos escritores que no logra jamás reponerse de un enorme éxito. Sus libros posteriores son buenos, pero no habrían bastado por sí solos para construir una celebridad. Son Nueve cuentos, de 1953, Franny y Zooey, de 1961, y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, de 1963. A partir de ahí escribió otras dos novelas y un libro de cuentos que ya no fueron publicados por expresa prohibición suya.

¿De dónde viene ese increíble deseo de desaparecer? Es muy posible que la guerra lo haya trastornado y que la literatura haya sido su terapia para no meterse el cañón de un rifle en la boca y jalar el gatillo, como hace el exsoldado de El día perfecto para el pez banana.

Como en tantos casos, la escritura salvó a un paciente psiquiátrico del suicidio, pero su vida cotidiana fue la de alguien acosado por oscuras fuerzas que provenían de sus agotadas neuronas, rayadas por las terribles imágenes de la guerra. Los enormes derechos de autor (El guardián vendió más de 60 millones de ejemplares) y el patrimonio heredado le habrían bastado para vivir otras tres vidas escondido y sin producir, pero lo que sí hizo fue seguir buscándole un sentido a la existencia más allá de los libros.

Viajó a la India tras la Iluminación o la paz interior, que no encontró. Enamoró a jóvenes escritoras, lo que demuestra que las murallas de su búnker privado sí se abrían cuando había un buen motivo. Fue un genio martirizado y no siempre feliz. Un genio oscuro, que escribió uno de los libros más bellos e inquietantes del Siglo XX.

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