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Antes de llegar a Caracas, mi vecino en el avión intenta explicarme...

25 de noviembre de 2015 Por: Santiago Gamboa

Antes de llegar a Caracas, mi vecino en el avión intenta explicarme que hay tres tipos de cambio en Venezuela, pero otro viajero lo corrige y dice que en realidad son cuatro. El oficial da 6,50 bolívares por dólar; el negro da 875 bolívares. Hay otro que da 12,50 y uno para exportadores que da 200 bolívares por dólar. Hay una discusión y percibo que si los mismos venezolanos no lo tienen claro, la cosa va a ser divertida. Luego, al llegar al aeropuerto de Maiquetía, veo que una botella del exquisito ron Pampero cuesta 1.200 dólares si la pago con mi tarjeta de crédito, o 9 dólares si la pago en efectivo con el cambio del bolívar negro. A partir de ahí ya nada tiene sentido: un iPhone 6, al cambio oficial, costaría 120.000 dólares.Entonces pregunto: ¿Cuánto ganan entonces los venezolanos? Me dan varios ejemplos: un profesor universitario con doctorado y dos décadas de antigüedad gana 24.000 bolívares al mes, pero un libro importado de la editorial Random House vale 20.000. Un mes de sueldo. El precio del libro al cambio en negro del dólar es el mismo de un libro en Colombia, pero si damos por hecho que los precios reales de la economía son los de esa tasa de cambio, debemos aceptar que el profesor gana sólo 28 dólares al mes, lo que es ridículo. Por eso sigo sin entender muy bien. Poco a poco me doy cuenta de que hay dos líneas de precios: las de los artículos y servicios subvencionados por el Estado y las del comercio privado. El sueldo del profesor sería correcto si todo el comercio de Venezuela tuviera la primera línea de precios, pero no es así. En la economía subvencionada es donde hay desabastecimiento, filas, abusos, corrupción. Hay gente que vive de hacer fila y comprar productos subvencionados para revenderlos a precio normal. Son los ‘bachaqueros’. Cobran unas cien veces el precio y muchos prefieren pagarlo para no tener que hacer filas de horas en los supermercados. Además los artículos regulados no se pueden comprar todos los días: hay un día para cada número de terminación de cédula. Una suerte de pico y placa de compradores. Y les toman la huella para evitar que compren dos veces.La gasolina es otro tema. Es tan barata que mi amigo el librero Andrés Broessner tanquea su campero todo un año con tan sólo un dólar. Sería más barato regalarla, pues el gasto administrativo de venderla cuesta más que lo que produce. Las editoriales dejaron de distribuir libros en Venezuela y lo único positivo de semejante disparate cambiario es que han surgido nuevas editoriales venezolanas que, además de ser como Quijotes luchando contra molinos de viento, suponen una verdadera resistencia cultural. Es el caso de Madera Fina, que por estos días reedita mi libro El cerco de Bogotá, y que he venido a presentar.A este rosario de problemas viene a sumarse la inseguridad, que es verdaderamente monstruosa. Me dicen que hay 50 asesinatos diarios en Caracas y que por ningún motivo se me ocurra salir del hotel solo. Les digo que no exageren, que soy colombiano, pero insisten en que solo ni a la puerta.Por todo esto muchos venezolanos esperan ansiosos el cambio político, y según las encuestas, incluso las oficiales, la oposición debería ganar por más de 20 puntos de diferencia las elecciones legislativas del 6 de diciembre próximo. ¿Podrán hacerse con normalidad? Es la gran pregunta que casi nadie se atreve a responder.