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Perder es cuestión de método

Vuelvo a este viejo título mío para referirme a la situación de mis dos deportistas más queridos, los que más he admirado y seguido: Nairo y James.

19 de julio de 2017 Por: Santiago Gamboa

Vuelvo a este viejo título mío para referirme a la situación de mis dos deportistas más queridos, los que más he admirado y seguido: Nairo y James. Un boyacense y un santandereano, ambos de la misma edad, o más o menos, 26 y 27 años, cada uno con triunfos importantes en su bolsillo: Nairo con el Giro de Italia y la Vuelta a España, más un montón de carreras intermedias y podios en los últimos tres Tour de Francia, mientras que James fue goleador del Mundial y, con el Real Madrid, campeón en copas importantes. Los dos son grandes triunfadores, o lo han sido, pero hoy están con la cara triste. Por estos días son perdedores, y es extraño. Dos enormes y talentosos deportistas que, sin embargo, no logran culminar su triunfo. ¿Por qué? Unos dirán que es mala suerte, otros les echarán la culpa a sus equipos o al entrenador. La hinchada futbolera colombiana, por cierto, se comporta como una manada de chimpancés al insultar a Zidane y, ahora, a los jugadores del Bayern que consideran rivales. Y con Nairo lo mismo, insultando al equipo Movistar.

Por muy glamuroso que sea el Bayern Münich, es innegable que James sale derrotado del Real Madrid. Su sueño de ser una estrella del fútbol no se cumplió en las tres temporadas pasadas, y ahora deberá remontar. Como si James arrancara, igual que Nairo, con 6 minutos de retraso ante sus rivales. Porque en el estrecho callejón del estrellato futbolero mundial ya están atornillados dos ídolos, Messi y Ronaldo, y por detrás empujan con fuerza Neymar, Suárez o Arturo Vidal. Y James aspira precisamente a eso: ser un balón de oro o un campeón de la Fifa. Todo lo que está por debajo de eso ya lo ha conseguido o lo conseguirá con facilidad. Es a ese pedestal al que aspira y al que, por ahora, no llegará, pues así como el Real es una vitrina que redobla los triunfos, también universaliza las derrotas, y hoy hasta en Polinesia saben que James lleva un año sin jugar un partido completo.

Para Nairo es igual: su estrellato consiste en ganar un Tour de Francia, dos, incluso más. Hay grandes campeones que lo ganaron cinco veces, como Miguel Induraín, y como probablemente haga Chris Froome, su gran rival. Nairo se encontró con Froome y este le ha impedido vestirse de amarillo en Francia, que es el Nobel del ciclista. Y este año, salvo un milagro en el que intento creer, tampoco sucederá. El problema es que, al igual que para James, su callejón del estrellato es también estrecho y cada vez está más lleno de aspirantes: el español Mikel Landa, Fabio Aru, Tom Dumoulin y otros. Nairo fue el gran rival de Froome en los años anteriores, pero ahora la presión de otros lo ha sacado de allí.

Es curioso que tengan estos problemas siendo tan buenos, cada uno en lo suyo. Como si algo de aquella metafísica trágica de nuestra nación los detuviera en el mejor momento, echara sobre ellos una sombra, les cortara el paso. Es extraño, no lo comprendo. Un sino trágico que va más allá de la razón y que se repite con casi todos los deportistas que salen del país. Suben unos cuantos escalones y luego caen, se reponen, vuelven a subir y, de pronto, se apagan. Le pasó incluso a Pacho Maturana cuando se fue a España. ¿Por qué será? Tal vez no hemos logrado salir de esa sentencia del propio Maturana, que es una suerte de condena. Eso de que “perder es ganar un poco”.

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