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Nuestros derechos humanos

Los líderes del mundo debieron mirarse a los ojos, tragarse su derrota o su vergüenza y empezar a confiar de nuevo en ellos mismos, pues supieron que estaban irremediablemente solos. Y redactaron ese manifiesto que es un acto de fe.

11 de diciembre de 2018 Por: Santiago Gamboa

Este 10 de diciembre se cumplieron 70 años de uno de los ejercicios más poéticos concebidos por el hombre moderno: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada en París en 1948. Y digo poético porque ese texto fue el culmen del humanismo, de la necesidad de absoluto, del anhelo de encontrar una metáfora universal y redentora después de la barbarie. Fue hijo del sufrimiento de dos guerras mundiales y del terrorífico holocausto, hijo de la locura de Oriente y de Occidente, de las cloacas de la Historia y de las interminables derrotas del hombre unidimensional.

Luego de que los países dieran rienda suelta a su capacidad para aniquilarse, y tras abrir los ojos después de la suprema destrucción, tal vez el hombre se sintió culpable. Como quien despierta de una estrepitosa borrachera y descubre que tiene las manos manchadas de sangre, que su casa está incendiada y está solo. ¿A dónde se fueron todos? Fue así que ese hombre, abatido, se recostó en posición fetal y añoró la sumisión, ser protegido y a la vez castigado. ¿Dónde están los dioses? ¿Por qué todo está tan silencioso allá arriba? Los líderes del mundo debieron mirarse a los ojos, tragarse su derrota o su vergüenza y empezar a confiar de nuevo en ellos mismos, pues supieron que estaban irremediablemente solos. Y redactaron ese manifiesto que es un acto de fe. Y 48 países votaron por él, incluida, por supuesto, toda América Latina.

Pero en las siguientes décadas esa misma América Latina decidió borrar con el codo lo que había escrito y aceptado con la mano. Las dictaduras escupieron en cada uno de los artículos de la Declaración Universal. Videla, el matarife que dirigió la junta de gobierno militar en Argentina, se burló de ellos diciendo “Los argentinos somos derechos y humanos”, como queriendo decir, nos vale huevo que nos acusen de no cumplir con esos derechos humanos.

Pero si quisiéramos celebrar estos 70 años, ¿qué celebraríamos hoy? ¿Que las caravanas de inmigrantes, empujados por la pobreza y la violencia, son vistas como columnas de bandidos, casi de apestados, que irritan a las autoridades y desafían a los ejércitos? ¿Que los desposeídos que huyen de países en disolución son considerados enemigos? Estas siete décadas han sido muy duras en la región y el presente no es nada tierno. El totalitarismo rabioso en Nicaragua, la inundación de violencia de las maras y el narcotráfico en Centroamérica, los carteles de México, nuestras disidencias y bandas armadas y la sordera e incompetencia del gobierno de Venezuela, que logró que haya un venezolano pidiendo auxilio en cada semáforo de América Latina.

¿Qué derechos humanos recordaremos entonces? ¿Tal vez ese que dice: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud, el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica”? Convendría mejor volver a cantar, con el mártir Víctor Jara, ese viejo verso que dice: “Que los derechos humanos, los violan en tantas partes. En América Latina: domingo, lunes y martes”. ¿Somos de verdad todos iguales, como afirma su Artículo 1? Es lo que quisiéramos desde una estética y una ética, pero tal vez, en este Siglo XXI estemos a punto de sepultar la poesía porque hemos decidido sepultar todo rastro de humanismo.

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