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Navidad y lecturas

La verdad es que la Navidad no se lleva bien con la lectura, esto que vaya por delante. La lectura es agresiva socialmente. Uno se encierra en un libro, se introduce dentro de él y grita “¡Inmersión!”.

25 de diciembre de 2019 Por: Santiago Gamboa

La verdad es que la Navidad no se lleva bien con la lectura, esto que vaya por delante. La lectura es agresiva socialmente. Uno se encierra en un libro, se introduce dentro de él y grita “¡Inmersión!”. Todo libro es un Nautilus y todo lector un improvisado Capitán Nemo, ausente del mundo, lejos de la realidad de la que huye. Y la Navidad, ustedes lo saben, es lo contrario: la fiesta del otro, el momento del abrazo. En los intercambios de regalos suele haber libros que tal vez se queden sin leer, pero no importa, pues la literatura no es un bien perecedero. Las editoriales, en previsión, sacan sus títulos más fuertes en temporada navideña. Y además está el premio Nobel, que se anuncia en septiembre y se concede en diciembre, justo para llegar a librerías y convertirse en un excelente regalo.

El pasado fin de semana estuve cumpliendo el ritual de firmar mis novelas en diferentes librerías de Bogotá, al lado de algunos colegas como Héctor Abad, Juan Esteban Constaín, Vladdo, Piedad Bonnet o Daniel Samper Pizano. A parte de los lectores que ya saben, lo conocen a uno y vienen ex profeso, es muy aleccionador hablar con los casuales, los que van de paso y vieron los pendones o el pequeño bochinche, y les llamó la atención. “Sin haberlo leído a usted, ¿por cuál debería comenzar?”, es una pregunta típica, a la que yo, claro, no tengo una respuesta, pero siempre me invento que el libro que más apoyo es el más reciente, que aún lo veo como a un niño pequeñito que necesita la ayuda del padre, mientras que los otros, los ya recorridos, no necesitan de nada, cada uno ha construido ya su espacio entre los lectores y vive en ellos.

Otra situación curiosa es la del hombre desconfiado que se para delante de uno y agarra un libro. Lee con atención cada palabra de la contratapa y en cada punto lo mira a uno, como buscando la comprobación de lo que está leyendo. Cuando se quedan mucho rato y vuelven, y repiten algún párrafo, a veces les digo: “Bueno, ese texto que usted lee es lo único que no escribe el autor”. Esto hace que se rían, pero algunos (tal vez por ser de Bogotá) se ponen aún más serios y sospechan, tal vez piensan que uno busca engañarlos. La otra característica de nuestros tiempos modernos es que hoy por hoy la dedicatoria sola tiene poco valor, así que se le debe añadir una foto con el celular. A veces por cada libro firmado se hacen hasta tres fotos, porque ellos mismos se convencen entre sí de hacerlo, ‘¡aproveche, aproveche!’, como si uno fuera un servicio público, y algunos agregan: “Aproveche, ¡qué tal que se vuelva famoso!”. Claro, uno sueña siempre con alguna escena del cine en la que una seductora mujer se acerca, pide la firma y luego deja en el bolsillo del autor un papel perfumado en el que está su nombre, su número celular y un corazón. Pero esto ya no pasa, ni siquiera en Navidad, y la verdad es que cada vez hay menos gente que compra y regala libros.

Para pasar el tiempo me dediqué yo mismo a leer, y leí sobre todo dos que recomiendo, aunque no los he terminado todavía. Uno es Alegría, de Manuel Vilas, y el otro La tarde de un escritor, del Nobel Peter Handke, al que leo con cierta aprensión por su cercanía con el nacionalismo serbio y Milosevic, pero que, debo ser justo, es un increíble escritor, de los que establecen un ritmo y luego parecen utilizar más los silencios que las frases.

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