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Lágrimas deportivas

Cuando estaba acabando el bachillerato -allá por el año de 1982-, llegó a mi colegio, el Refous, la pasión por el ciclismo, y entonces empezamos a familiarizarnos con palabras como ‘transmóvil’, ‘lote’, ‘embalaje’, y sobre todo esa extrañísima locución adverbial que, si se la ve fuera de contexto, es un completo disparate: “Ir chupando rueda”.

4 de julio de 2017 Por: Santiago Gamboa

Cuando estaba acabando el bachillerato -allá por el año de 1982-, llegó a mi colegio, el Refous, la pasión por el ciclismo, y entonces empezamos a familiarizarnos con palabras como ‘transmóvil’, ‘lote’, ‘embalaje’, y sobre todo esa extrañísima locución adverbial que, si se la ve fuera de contexto, es un completo disparate: “Ir chupando rueda”.

El Tour de Francia empezaba a ser transmitido por radio y Colombia tenía un equipo muy fuerte, y entonces, por esos mismos días, fuimos a comprar bicicletas para salir los domingos a pedalear, haciéndonos ‘ataques’, intentando dejar ‘clavados’ en las cuestas a los otros y todas esas cosas maravillosas que hacían nuestros ciclistas y que nos permitían soñar.

Viendo hoy a Nairo Quintana y a Esteban Chaves en el Tour, recuerdo miles de madrugadas de otra época con el radio pegado a la oreja, oyendo las transmisiones desde Francia dirigidas por Julio Arrastía Bricca -Dios lo tenga en su silla más alta-, a quien todos llamaban, con razón, ‘la Biblia del Ciclismo’. “¡Abra la Biblia don Julio!”, le pedían, y él, con su voz argentina, decía cosas hermosas: “Dale manija, pibe, esta etapa es nuestra, ¡Arriba los corazones!”. La aparición en la escena de Lucho Herrera y Fabio Parra fue, para mí, la apoteosis del ciclismo y una de las épocas más bellas de mi vida de aficionado.

Jamás olvidaré aquella vez en que Lucho ganó la primera etapa de alta montaña, tal vez el Alpe d’Huez o Avoriaz, en todo caso una de las más duras, tras una escapada con el francés Bernard Hinault. Al iniciar la cuesta y dar las primeras pedaladas de esa pendiente inhumana, con Lucho delante e Hinault “chupándole rueda”, Arrastía Bricca exclamó: “Ahora Lucho le va a decir a Hinault: ¡Agárrate Catalina, que vamos a galopar!”. Entonces Lucho se paró en su bicicleta y empezó a trepar ladeando el cuerpo, balanceándose, con una fuerza asombrosa, mientras que toda Colombia lo observaba, en vilo… Varias curvas más arriba Lucho se alejó unos metros de Hinault, que estaba dejando la piel en los pedales, y Arrastía gritó con una emoción estremecedora: “¡Se va! ¡Se va el Jardinerito! ¡Dale pibe! ¡Toda Colombia va con vos en la bicicleta, pibe, subí!, ¡Arriba los corazones!”. El espacio entre uno y otro fue mayor y Arrastía arremetió en el micrófono: “¡Se queda Hinault! ¡Se queda! ¡Qué día histórico! ¡Colombia, Fusa! Lucho le está diciendo a Hinault: ¡Hasta luego vida mía, si te he visto no me acuerdo!”, y en efecto, se fue Lucho, y pedaleó hasta la pancarta de llegada en esa cima nubosa de los Alpes, y la fuerza le dio apenas para levantar los brazos al cruzar la meta, y recuerdo que debí irme a un balcón a tomar aire y a secarme las lágrimas con el viento, lágrimas que ningún otro triunfo me volvería a provocar en lo sucesivo, pero que espero repetir este año con Nairo y Chaves y todos los colombianos del Tour.

Porque nos hacen falta esas alegrías, esos momentos de perfección, de dignidad y belleza que nos dan los deportistas que más sufren, es decir los ciclistas, y debemos tercamente oponerlos a esos otros momentos: los días atroces, las jornadas de dolor y de injusticia que a veces nos propina el país y que, por desgracia, compatriotas menos heroicos que nuestros arduos deportistas nos infligen, hundiéndonos en la total desesperanza.

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