El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

La terrible vida cotidiana

Leer a Ricardo Silva, y hoy me refiero a su bella novela Cómo perderlo todo, equivale a mirarse a uno mismo.

6 de noviembre de 2018 Por: Santiago Gamboa

Leer a Ricardo Silva, y hoy me refiero a su bella novela Cómo perderlo  todo, equivale a mirarse a uno mismo, de cuerpo entero, en alguna de las probabilidades que creímos dejar atrás, pero que quedan en la memoria y rondan el propio espacio aéreo. Porque es difícil para alguien de mi generación -una década más viejo que Ricardo- no reconocerse o reconocer a alguien en ese increíble carrusel humano que nos trae su novela, un universo de clase media en una Bogotá de clase media, en el terrible año bisiesto de 2016 en el que tantas cosas horribles pasaron: la evidencia del cambio climático como algo que ya no tiene vuelta atrás en una Bogotá siempre apocalíptica (y casi distópica) registrando 26 grados a las nueve y media de la noche, o el terrible plebiscito que vino a golpearnos a todos -o a esa mitad que cada bando enfrentado llama “todos”- y que supuso el fin de tantas cosas y, claro, el inicio de nuestro moderno y último intento por seguir destruyéndonos.

Un viejo profesor lleno de deudas cuya familia se va a Estados Unidos dejándolo solo con su torpeza en la casa familiar, y que, queriendo halagar a su hija embarazada, comete el error de ‘dar papaya’ poniendo en su Facebook un artículo del American Scientist en el que se afirma que las mujeres que tienen hijos son más inteligentes. Y quién dijo miedo, pues a partir de ahí le llueven ataques, primero de su colega y amiga profesora de la facultad, a la que vienen a unirse miles de soldados de la corrección política, y no cuento más.

O una pareja anciana y desesperada que en una noche de locura ve a la viejita clavando las tijeras en la espalda del marido; o el hijo tarambana que fuma dosis mínima y hace sexo virtual con exnovias alteradas, o la pareja moderna, de chef imaginativo y esposa gerente de restaurante, que entran en problemas epistemológicos, o la joven estudiante lesbiana que arma un grupo de estudio para analizar el proceso de paz, y así, un grupo de personajes de todos los días narrados de un modo preciso y deslumbrante, y muy original, con un método que podría denominar elíptico, pues la historia se va desdoblando en personajes que tienen un nexo con el anterior y el siguiente, pero que acaban por conformar un grueso tejido narrativo que, en términos clásicos de novela, se suele llamar “un mundo”, un mundo narrativo de extraordinaria solidez que le permite a Ricardo Silva transmitirnos su lectura crítica de la realidad, su elegante escepticismo, su fino y generoso humor, pues tiene como característica el no ser hiriente, sino más bien analítico, reflexivo de los por qué y los cómo de una sociedad contradictoria y cruel como la nuestra, sumida en una época que, vista en el orden que la novela nos ofrece, parece estar comunicado con otros desórdenes del mundo.

Y la escritura de Silva, implacable, que nos regala observaciones geniales sobre la vida casi en cada página: “Cómo dos personas van volviéndose dos solitarios a fuerza de ser una pareja”, o esta otra: “Ser humano es ser idiota, y luego negarlo como si los idiotas fueran los demás, y después escribir tratados para borrar las huellas de la estupidez”.

Por eso le digo a los buenos lectores de novelas que dejen para después lo que estén haciendo y vayan por un ejemplar de Cómo perderlo todo, de Ricardo Silva. Y muy pronto me agradecerán este consejo.

Sigue en Facebook Santiago Gamboa - club de lectores