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El estilo

Desde que estaba en la Universidad Javeriana de Bogotá, estudiando literatura (hace unos 35 años), ya repetíamos esa frase de Flaubert según la cual “las limitaciones de un escritor conforman su estilo”.

1 de octubre de 2019 Por: Santiago Gamboa

Desde que estaba en la Universidad Javeriana de Bogotá, estudiando literatura (hace unos 35 años), ya repetíamos esa frase de Flaubert según la cual “las limitaciones de un escritor conforman su estilo”. Puede que me equivoque en alguna palabra, pues cito de memoria, pero la idea era esa. Algún profesor debió decírnosla fuera de contexto, y la verdad es que la citábamos como los seminaristas citan la Biblia.

La enorme gracia de esta frase, como pueden ver, es que define el estilo por las carencias y no por las virtudes, lo que permite reflexionar aún más sobre el estilo. Como en esos años de juventud casi todos queríamos escribir, nos hacíamos entonces la pregunta: ¿Qué limitaciones debo encontrar para definir mi identidad literaria? El problema es que en los comienzos prácticamente todo eran limitaciones. Los diálogos que escribíamos eran inverosímiles y las ideas de fondo eran de poco calado, pues nuestra juventud aún no nos había permitido un recorrido por la vida que permitiera hablar desde la experiencia.

Tal vez el problema radicaba en que esa frase de Flaubert no fue diseñada para jóvenes escritores, deseosos de progresar en su vocación, sino para analizar la obra de los ya fraguados. Porque en la juventud de un escritor hay cosas más imperiosas. Tal vez lo primero en que ese joven debe pensar es en el tipo de escritor que debe inventar para sí. Su propia forma de ser escritor, que no debe ser igual a la de ningún otro. Puede parecerse, claro, puede acercarse por afinidad y gusto, sí. Pero su modo de ser escritor debe ser absolutamente propio, igual que nuestro tono de voz y prosodia al hablar es absolutamente diferente de la del resto de seres humanos.

Por sus lecturas, un joven ya debe saber más o menos qué tipo de libros le gustaría escribir. Imaginemos que de forma intuitiva y natural elige la novela. Luego, por sus gustos de lectura, elegirá entre las diversas formas: realista, de vanguardia, minimalista; también decidirá el punto de vista que más le conviene adoptar, es decir la primera o la tercera persona, o una mezcla, o una síntesis de ambas con irrupción por momentos de la segunda persona, todo en singular pero también en plural; e incluso deberá tomar decisiones sobre una serie de asuntos gráficos: ¿Escribirá los diálogos con guiones o con comillas? ¿Hará partes breves separadas por espacios y numeradas, o un texto seguido de principio a fin? ¿Dividirá en capítulos cortos, partirá la historia en tres secciones de igual paginación?

En mi experiencia, todo esto no fue un examen previo, sino que la propia escritura, de manera intuitiva, fue decidiendo por a medida que avanzaba. Pero no hay dos escritores iguales, así que tampoco se puede afirmar nada de manera rotunda y global. Mi caso fue empírico, por decirlo así. A medida que fui escribiendo apareció, poco a poco, el tipo de escritor que podría ser, lo cual incluyó, además, la forma y la disposición del trabajo físico de escritura: si lo haría por las noches o temprano en la mañana, si haría largas tandas de ocho horas o si escribiría de a pocos durante todo el día, y algo muy importante: cada cuánto me detendría a corregir lo ya escrito y con qué frecuencia, antes de seguir adelante.

Porque todas estas cosas, aunque parezcan secundarias, también son pertinentes a la hora de conformar un estilo propio.

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