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Año de Francia y Colombia (I)

En temas literarios, me atrevería a decir que hay más escritores colombianos vivos y en activo, traducidos y publicando en Francia, incluso gozando de cierto público, cosa que al revés, no pasa. Léase bien: vivos y en activo.

11 de abril de 2017 Por: Santiago Gamboa

Según creí entender, pero tampoco puedo asegurarlo, que este año 2017 sea considerado el Año Francia-Colombia fue una iniciativa que partió de París desde el año pasado, como un modo de celebrar el apoyo francés al Proceso de Paz en Colombia. Supongo que las cosas comenzaron a organizarse con anticipación, como suelen hacer los franceses, e imagino que con el fatídico plebiscito del 2 de octubre de 2016 y la victoria del No, debieron reconsiderar y reunirse de urgencia, pero el curso de los acontecimientos y el hecho de que la paz se haya impuesto, debió darles seguridad y siguieron adelante.

Para mí es extraordinario que estos dos países, tan ligados a mi vida, hayan decidido conocerse más a lo largo de este año. Porque dejando de lado a España, que por razones obvias es el país europeo más cercano, el siguiente es sin duda, Francia. Ni Inglaterra ni Portugal, países con tradición colonizadora, mucho menos Italia o Alemania, se acercaron demasiado a Colombia en nuestros doscientos años de historia republicana.

A partir de los años sesenta, tras la guerra de Argelia y la pérdida de influencia en África, Francia comenzó a mirar hacia América Latina. Y a pesar de que su interés prioritario no fue Colombia, país menos atractivo que México, Argentina o Cuba, entró en el paquete y fue visto. En 1964, De Gaulle visitó Colombia y el presidente Valencia, tal vez ebrio o nervioso por la falta de costumbre de tratar con gente importante, hizo una de las metidas de pata más grandes de la historia del continente al gritar "¡Viva España!" en el saludo oficial al general francés.

A partir de ahí las cosas fueron creciendo. Miterrand también vino en épocas de Belisario Betancur, además le concedió la Legión de Honor a García Márquez. Chirac debió lidiar con el secuestro de Íngrid Betancourt y se lo dejó de herencia a Sarkozy que ávido, lo convirtió en problema diplomático con Brasil. Mal que bien, ese secuestro tuvo gran impacto en Francia y de algún modo, estrechó la relación de los dos países.

En temas literarios, me atrevería a decir que hay más escritores colombianos vivos y en activo, traducidos y publicando en Francia, incluso gozando de cierto público, cosa que al revés, no pasa. Léase bien: vivos y en activo.

Acá se sigue con interés a Houellebecq y a Emanuelle Carrère y un poco a Pierre Michon. Se acaba de conocer a Virginie Despentes, con muy buena llegada, y desde hace algo más de tiempo, a Mathias Enard y Pierre Lemaitre. Comienzan a llegar los libros de Patrick Deville, y Stephane Chaumet surge con una novela traducida. Echenoz, Modiano y Le Clezio son los dioses tutelares, pero tienen pocos lectores. Aún hay mucho por conocer. En sentido inverso, creo yo, se conoce un poco más.

Autores como Héctor Abad Faciolince, Mario Mendoza, Jorge Franco, Evelio Rosero, William Ospina, Juan Gabriel Vásquez, Laura Restrepo, Tomás González o Fernando Vallejo, tienen la mayoría de sus libros traducidos al francés. A estos se unen otros menos frecuentes pero que igual están en librerías, como Antonio Ungar, Piedad Bonnet, Antonio Caballero o Juan Manuel Roca. Pero la cantidad es lo de menos, claro. Lo bueno es poder observar dos literaturas vivas y el modo en que ambas, con tradiciones tan disímiles, conciben la escritura.

Y acá termino por espacio, pero seguiré con el argumento la semana entrante.

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