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Ventanas iluminadas

Las fotos las hizo Jorge Orozco, uno de los mejores fotógrafos de Colombia, y hacen parte de una serie sobre la vida en tiempos de coronavirus.

17 de mayo de 2020 Por: Santiago Cruz Hoyos

Las fotos las hizo Jorge Orozco, uno de los mejores fotógrafos de Colombia, y hacen parte de una serie sobre la vida en tiempos de coronavirus. Son escenas de gente tras la ventana de su apartamento en cuarentena: médicos preparando el café en la cocina; parejas conversando en el sofá; jovencitos haciendo abdominales en la sala; familias reunidas en el comedor; gente triste que mira hacia la nada desde su balcón a las 6:00 de la tarde.

Cuando vi las fotos en el Facebook de El País, me acordé del periodista argentino Roberto Arlt. Entre 1928 y 1933 mantuvo una columna en El Mundo de Buenos Aires que se llamaba ‘Aguafuertes Porteñas’. Eran breves crónicas sobre la cotidianidad que los argentinos devoraban en el tranvía rumbo al trabajo.

La columna llegó a ser tan popular, que los martes, cuando se publicaba, las ventas del periódico se duplicaban. El dueño decidió entonces publicar a Arlt cualquier día de la semana, por lo que los lectores se veían obligados a comprar El Mundo todos los días. A veces escribía sobre la simpatía humana; otras veces sobre el origen de las palabras; o sobre la inutilidad de los libros; también sobre ventanas iluminadas. Esa columna inicia así:

“La otra noche me decía el amigo Feilberg, que es el coleccionista de las historias más raras que conozco: ¿Usted no se ha fijado en las ventanas iluminadas a las tres de la mañana? Vea, allí tiene argumento para una nota curiosa”. Y más adelante agregaba: “Ciertamente, no hay nada más llamativo en el cubo negro de la noche que ese rectángulo de luz amarilla”; “¿Qué es lo que ocurre allí? ¿Cuántos crímenes se hubieran evitado si en ese momento en que la ventana se ilumina, hubiera subido a espiar un hombre? ¿Quiénes están allí adentro? ¿Jugadores, ladrones, suicidas, enfermos? ¿Nace o muere alguien en ese lugar?”.

Con su teleobjetivo, Jorge Orozco por supuesto no pretendía espiar a nadie. Tampoco vio ningún asesinato, ni ningún nacimiento, durante una semana entre las 4:00 de la tarde y las 10:00 de la noche, cuando recorrió Cali para hacer las fotos.

Lo movía, en cambio, una curiosidad: ¿Qué hace encerrado alguien al que le es imposible trabajar desde la casa en esta pandemia? En su caso, cuando no toma fotos, se aísla en su estudio a escanear negativos que tenía guardados y en los que han aparecido paisajes que no recordaba haber fotografiado. ¿Pero qué hace encerrado un mecánico? ¿O un peluquero?

Las fotos las hizo desde zonas altas donde se pudieran captar los apartamentos con las ventanas iluminadas, como la terraza de El País, o los cerros de Terrón Colorado y Chipichape. Jorge está seguro que en algún momento, cuando los historiadores indaguen sobre cómo nos paralizó el coronavirus, las escenas que captó dirán algo sobre la humanidad. También las otras fotos que está haciendo: calles fantasmas que por lo regular permanecen repletas de gente; mariposas revoloteando juntas como nunca las había visto; palomas a sus anchas en las avenidas.

“La pandemia permite fotografiar espacios que de otra manera eran imposibles de registrar con otra estética. ¿Cuándo retratar el centro de Cali con sus calles vacías? Pensando en esas fotografías que solo se pueden hacer en el confinamiento inicié la serie”, dice Jorge, quien se hizo fotógrafo por accidente.

En su juventud, sin que su familia lo supiera, dibujaba a lápiz modelos desnudas. Sin embargo, para terminar el dibujo, la modelo debía posar durante 4 o 5 horas, así que decidió tomarles fotos, escoger la mejor y dibujar tranquilo hasta la madrugada.

Días después de que fue al estudio a revelar las primeras fotos, la modelo lo llamó a su casa bravísima. Había pasado por el estudio y vio una foto suya desnuda exhibida. Jorge hizo el reclamo, pero el dueño del laboratorio de revelado apenas le pidió disculpas. Para que no le ocurriera de nuevo, y revelar él mismo, estudió fotografía, “que es otra manera de pintar lo que está sucediendo de una forma estética”. Como los cuadros de lo que la gente hace tras sus ventanas iluminadas en el confinamiento.

Yo también debo confesar que cuando salgo a caminar en la noche miro hacia las ventanas. No solo me gusta admirar la arquitectura de las casas, sino que me intriga husmear en su interior mientras imagino historias. Soy fisgón por naturaleza. Hay una casa de cortinas corridas por ejemplo, en la que por cada ventana se ven bibliotecas -en la sala, en un estudio, en un cuarto- y pienso que es una casa en la que me gustaría vivir.

A veces paso por apartamentos donde en los balcones hay gente afinando la voz como tenor, e imagino que son artistas famosos ensayando en el encierro. Otra casa en cambio perturba la caminata. Tiene un anuncio con la cara de Pablo Escobar y una advertencia: “Si se estaciona le rayo el carro, le rayo el carro de su papá, de su abuela y si su abuela no tiene carro, compro uno y se lo rayo”, e intento descifrar qué tipo de familias pondrían un cartel así. Mejor paso por el edificio 2009, y sospecho que quien le puso el nombre es supersticioso: la dirección es 20-09. Otro edificio se llama Las Luces y afuera todo está oscuro.

Cuando llego a mi edificio me reconforta un arcoíris que un niño pegó en su ventana con un mensaje hacia la calle: “Todo estará bien”. Roberto Arlt tenía razón: “Cada ventana iluminada en la noche crecida, es una historia que aún no se ha escrito”. O fotografiado.

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