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Un vendedor de ilusiones

La popularidad de Petro parece radicar en el sentimiento de cambio que ha logrado transmitir. Las promesas suenan atractivas para muchos sin que les importe qué tan realistas sean o qué tanto daño puedan hacer.

11 de mayo de 2018 Por: Ricardo Villaveces

La popularidad de Petro parece radicar en el sentimiento de cambio que ha logrado transmitir. Las promesas suenan atractivas para muchos sin que les importe qué tan realistas sean o qué tanto daño puedan hacer. Un discurso que puede ser efectivo para atraer votos pero muy preocupante en alguien que pudiera llegar a ser elegido. Los ejemplos son innumerables y en todos los frentes.

Repetidamente lo hemos escuchado hablar de la necesidad de dejar a un lado la ‘economía extractivista’ y sustentar el desarrollo en “el fortalecimiento de la agricultura, la reindustrialización en sectores estratégicos, etc.”, planteamientos que pueden sonar bien como enunciados pero poco dice él de cómo hacerlo sin causar un sinnúmero de problemas.

En el tema agrícola resulta claro que tiene una mirada orientada a la producción de alimentos fortaleciendo la economía campesina. Eso está bien, pero, ¿qué pasa con la agricultura empresarial y con la agroindustria que son los que podrían, de manera realista, generar ingresos que fueran en mínima parte comparables a los del sector minero energético? Hablar de hortalizas y frutas es interesante pero no tiene por qué ser a costa de los cultivos agroindustriales. Además, ¿dónde están la investigación y las semillas apropiadas para las zonas donde se pretendiera hacer esto y los desarrollos para una comercialización exitosa?

Un ejemplo patético de la ligereza de sus planteamientos se vio hace pocos días cuando le dio por proponer que la Organización Ardila le vendiera las tierras de Incauca al Estado. Sustentar su insólita propuesta en el argumento de que el azúcar que allí se produce está envenenando a la gente es un despropósito y una agresión no solo a esa empresa sino al Valle del Cauca en su conjunto que tiene en el sector azucarero un pilar fundamental de su estabilidad económica y social y que lejos está de envenenar a los colombianos con sus productos.

Sus afirmaciones desconocen que la agricultura que puede competir en el mundo es aquella que cuenta con investigación y con un conocimiento profundo de las características agroclimáticas para poder aplicar técnicas de la llamada ‘agricultura de precisión’. La caña en el Valle es uno de los pocos casos en Colombia en que con muchos años de investigación y grandes inversiones se ha avanzado significativamente en esa dirección.

Y qué decir del desconocimiento de la estructura de abastecimiento de caña en los ingenios. En su discurso habla de que Ardila le debería vender ‘su hacienda’ de 33.000 hectáreas. Pues bien, son 44.000 las hectáreas que se dedican al abastecimiento de esa empresa y solo el 11 % pertenecen al ingenio. Entre proveedores independientes y tierras de terceros manejadas por el ingenio hay 33.880 hectáreas y, mas llamativo aún, estas pertenecen a 977 fincas diferentes. Es decir, que la extensión promedio de las fincas que no son del ingenio es de 34,7 hectáreas.
Diferente pues la realidad y mucho daño en cambio el que hace a los cañicultores, a la empresa, al sector y al Valle y muchas las frustraciones que van a tener quienes se hubieran podido ilusionar con ese discurso.