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No dar papaya

Lo que eran observaciones acerca de lo que estaba pasando en otras latitudes lo estamos viviendo ahora en Colombia con gran intensidad y, nos guste o no, es algo a lo que tenemos que acostumbrarnos y aprender a manejar.

23 de noviembre de 2018 Por: Ricardo Villaveces

A raíz de los movimientos de ‘Los Indignados’ en España y de ‘Occupy Wall Street’ en Estados Unidos, escribía hace unos años en esta columna que el mundo tenía que irse acostumbrando a ver más y más movilizaciones demandando atención a sus necesidades y aspiraciones, pues una convergencia de factores iba a volver esto cada vez más frecuente. Temas como las redes sociales, la pérdida de respeto a la autoridad, asociada a la visión de un modelo liberal en el que se rechazan los modelos autoritarios, se exalta el individualismo y hacer ‘lo que nos diga el corazón’, antes que seguir normas y conductas que estaban establecidas por generaciones y que por razones religiosas y/o culturales se aceptaban sin cuestionamiento, son algunos de esos factores.

Adicionalmente, el acceso al conocimiento de la vida de algunos que por sus excesos o por sus delitos se vuelven motivos de rechazo y dan lugar a que se deslegitimen las instituciones. De otra parte, el crecimiento de las clases medias, las mejoras en el ingreso y el mayor acceso a la información da origen a más y más necesidades insatisfechas, pues hay más conciencia de las brechas y carencias de los diferentes grupos sociales.

Pues bien, lo que eran observaciones acerca de lo que estaba pasando en otras latitudes lo estamos viviendo ahora en Colombia con gran intensidad y, nos guste o no, es algo a lo que tenemos que acostumbrarnos y aprender a manejar. Lo que habían sido protestas esporádicas de indígenas y campesinos empezaron a tomar fuerza hace unos cinco años con las autodenominadas ‘Dignidades Agropecuarias’. Al encontrar que con las vías de hecho lograron importantes concesiones y recursos confirmaron que el mecanismo les funcionaba y su utilización empezó a crecer todos los días.

Hoy vemos que en los primeros cien días del Gobierno Duque van más de trescientas cincuenta protestas, siendo las más notorias las de los estudiantes, a pesar de que la educación tiene el mayor porcentaje del presupuesto nacional. Esto solo confirma que ante la imposibilidad de darle gusto a todos seguiremos teniendo más y más protestas. Obviamente esto se va a exacerbar más por cuenta de políticos habilidosos que encuentran en esta corriente el ambiente propicio para tratar de apropiarse de estas inconformidades con propósitos puramente electorales y cuya motivación, antes que las necesidades de los ciudadanos, es su apetito por el poder.

El reto para el establecimiento y no solo para el Gobierno, es grande. La represión no puede ser el camino, pues esto solo llevaría a más violencia y, sin duda, muchas de estas protestas tienen justificación y su razón de ser. Hay que atender las preocupaciones, encontrar espacios para el diálogo y esforzarse en la solución de los problemas, pero no dejar que estas protestas den lugar a hechos violentos y a situaciones que desconocen los derechos de los demás en temas como el de la movilidad.
Lo que el establecimiento no puede es, como se dice coloquialmente, ‘dar papaya’ cometiendo más errores como los de la corrupción que abran el espacio a estos oportunistas políticos.