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Confianza

Observando lo que pasa en el mundo y en particular en Colombia resultan muy pertinentes estas consideraciones pues vemos que se ha llegado a un momento en el que nadie cree en nada ni en nadie.

7 de diciembre de 2018 Por: Ricardo Villaveces

F. Fukuyama, el autor de El Fin de la Historia, en 1992 proclamaba el triunfo del modelo capitalista y del sistema democrático en el mundo. Solo tres años después publicó su libro Confianza: Las virtudes sociales y la creación de prosperidad  que reflexionaba sobre las debilidades del modelo liberal y de manera, a mi modo de ver acertada, diagnosticaba cómo la confianza en una sociedad o la ausencia de ella determina, en gran medida, el éxito o el fracaso de la misma.

Observando lo que pasa en el mundo y en particular en Colombia resultan muy pertinentes estas consideraciones pues vemos que se ha llegado a un momento en el que nadie cree en nada ni en nadie.

Ante cualquier cuestionamiento sobre cualquier persona se parte siempre de la presunción de culpabilidad. Se rechaza la posibilidad de que se pueda actuar motivados por el idealismo o por una actitud filantrópica y siempre se buscan motivaciones ocultas a todos los comportamientos.

Se parte de la idea de que cualquier político es corrupto por definición y cualquier empleado público es burócrata e ineficiente. Las actitudes de los empresarios son siempre sospechosas y tienen una sola motivación que es el lucro, sin importarles sus consecuencias sobre la sociedad.
En fin, la lista podría ser interminable y entre más se piensa en esto es más evidente que, sin poder confiar en las instituciones y en las personas, las posibilidades de progreso estarán cada vez más lejanas.

Claro que hay razones de sobra para tener estos prejuicios, pues basta leer los titulares de prensa o ver u oír cualquier noticiero para quedar abrumado por los comportamientos inaceptables de personas de toda índole. Pero no es menos cierto que en esto hay mucho de exageración. La inmensa mayoría de colombianos son personas honradas, trabajadoras y que respetan unos valores y unas instituciones que, a pesar de todos nuestros problemas, nos han permitido avanzar.

De nuevo, como mencionaba en una columna anterior, las percepciones terminan haciendo mucho daño y, por eso, es muy importante hacer un esfuerzo permanente por mirar las cosas con objetividad, corroborar lo que se oye y se ve en los medios y en las redes sociales y en muchos casos dar el beneficio de la duda antes de juzgar de manera implacable y rechazar todo y a todos pues, al final, lo que estamos rechazando es la posibilidad de crecer como sociedad.

Un ejemplo por solo ilustrar el tema es el del nombramiento del fiscal ad hoc. Habían pasado solo unos minutos después del anuncio cuando ya proliferaban los cuestionamientos, críticas y afirmaciones descalificando los candidatos. ¿Contribuye en algo ese tipo de reacciones?, ¿no habría sido más sensato dejar que la terna llegara a la Corte y que fuera ella y como producto de un análisis serio la que decidiera si la terna era o no apropiada? Pero claro, es que tampoco se confía en la Corte.

Desconfiar de todo es un camino facilista. Es más difícil formarse un juicio razonado para saber en qué y en quién confiar, pero es un camino necesario.