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Paz: posible acuerdo

Los presuntos hechos de corrupción en la Corte Constitucional -con el protagonismo...

2 de junio de 2015 Por: Ramiro Andrade Terán

Los presuntos hechos de corrupción en la Corte Constitucional -con el protagonismo del equívoco magistrado Jorge Pretelt- son, apenas, la punta del iceberg de la descomposición ética del país; su declive moral; la insuficiencia del Estado para combatir; la corrupción; y la indiferencia ciudadana frente a ese letal fenómeno. Que -de persistir la tolerancia de que goza- terminaría por destruir el Estado Social de Derecho y sumir la República en degradación sostenible. La nación se debilita. Está en una etapa incierta y su futuro no es muy claro. Si no se cambia el rumbo, con mano fuerte, la situación podría agravarse. No es alarmismo crudo, acumulación de agudos problemas sin resolver. Frente a la indiferencia de la ciudadanía que perdió su capacidad de expresar con energía su insatisfacción. Prefiere callar. No denuncia. No actúa.Al país le vendieron la mala idea que somos número uno de América Latina. Y millares se tragaron el cuento. Al tiempo que en el Cauca, las Farc asesinaban 11 soldados que dormían en un polideportivo. Hace dos años se inició el llamado “proceso de paz”. Hay que admitir con dolor, con indignación, sin esperanza, que la intensidad de la guerra se mantiene: las conversaciones fueron -por largo tiempo- fracasos memorables. En el país prosperó la funesta idea que la guerra se prolongaría por tiempo indefinido. La sociedad llegó a pensar -en buena parte - que no tenía otro papel que sentarse a registrar la matanza, sin hacer nada para erradicarla.Al cuadro anterior hay que agregar las “conversaciones de paz”. Que se le ofrecen a una opinión confundida e indiferente, como premio de consolación que ojalá no termine en otra frustración más. Es factible que en la ronda de negociaciones se llegue a moderados avances a favor de la pacificación. Por una razón que se impone: gobierno y guerrilla, sus jefes, sus soldados, han llegado a la misma conclusión de los colombianos: la guerra no la gana nadie: la estamos perdiendo todos. Y ninguna guerra prospera si las partes enfrentadas no tienen la idea de vencer. Continuar con el macabro y añejo pleito es cosa de orates: no tiene el menor sentido. En esta ocasión hay posibilidades de acuerdo. Que podrá ser mínimo, incompleto, dudoso, pero acuerdo al fin. Nada más justo para un pueblo que se ha pasado 54 años de guerra en guerra y las perdió todas. Si la pacificación no se logra, la estúpida confrontación se volvería interminable.