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La sinfonía de los goles

“El fútbol profesional es cada vez más rápido, cada vez menos bello....

21 de junio de 2011 Por: Ramiro Andrade Terán

“El fútbol profesional es cada vez más rápido, cada vez menos bello. Tiende a convertirse en un certamen de velocidad y fuerza que tiene por combustible el pánico de perder”. Así lo afirma -con razón- Eduardo Galeano. Uno de los escritores latinoamericanos más notables. Del fútbol inspirado de Pelé se ha pasado a la competencia de computador. Al ‘esquema’, diseñado al milímetro por los directores técnicos. Que tiene mucho más que ver con las victorias y derrotas, que los jugadores. Obligados a obedecer lo que se decida en el banco. Lo que importa es ganar: la genialidad está prohibida. Ganar sin sorpresa, sin belleza y sin magia.Los esclavos de antaño fueron reemplazados por los jugadores profesionales de fútbol: se compran, se venden, o se prestan, por los grandes empresarios del espectáculo más popular del planeta sin que tengan mayor capacidad decisoria. Irritados con esa situación, quieren organizar un sindicato. Inspirado por Maradona. Que era incontrolable cuando jugaba y lo es más cuando habla. Uno de los últimos ‘solistas’ del fútbol. Creativo genial que se salía del libreto de los técnicos. Hace algunas décadas los mejores equipos tenían cinco delanteros que hacían lo imposible -y lo imposible- para llenar de goles la portería del adversario. Hoy los directores técnicos mandan un delantero (o dos, si acaso) para esa faena gloriosa que es escurrirse en el bosque de piernas de los contrarios y hacer tantos. El orgasmo visual de los felices espectadores. Lo importante no es hacer muchos goles: es evitarlos.El futbolista moderno crea poco y se inspira menos. Es una pieza de una máquina que se maneja a control remoto por unos señores que le gritan todo el partido lo que debe hacer. Es un peón en el complicado ajedrez de ‘la técnica’. Que lo convierte en verdugo del arte de jugar a la pelota: divertirse y divertir con ella.El fútbol es un productivo negocio que se juega más para la televisión que para la tribuna. La televisión vende, la tribuna grita. De vez en cuando los once jugadores son poseídos por el Dios del buen fútbol y se dedican al ‘juego bonito’. Es la rara sinfonía de los virtuosos que esconden la pelota en sus pies, la acarician, la miman, la seducen, la tratan con amor y al final la colocan con exquisita precisión en la valla del contrario. Debería emprenderse una cruzada mundial para que el gran espectáculo sea, de nuevo, ese milagro, esa misa pagana: la felicidad de los goles.