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Agua y peces

“Compramos agua y peces”, van gritando. Mientras tanto la gente deja oír...

1 de marzo de 2016 Por: Ramiro Andrade Terán

“Compramos agua y peces”, van gritando. Mientras tanto la gente deja oír el ruido de las llaves abiertas que se devoran el agua en casa. En la radio, la TV y la prensa, un locutor se desgañita pidiendo economizar el líquido vital y nadie le hace caso. El hombre acaba con lo más necesario con alegre irresponsabilidad. Todo el horror de actos violentos y despilfarro social pasa por sus manos. No hay ‘Homo Sapiens’. Si acaso, ‘homo horribilis’. Los cementerios se asustan de los muertos que llegan por inverosímiles violencia de media centuria rigurosa. Los tambores de la guerra no declarada, que nos invade con puntualidad, se oyen desde la Guajira hasta el humedal gigante de la Amazonía. Pocos lloran los muertos: si acaso un huérfano que perdió su madre por asalto en una montaña perdida. Algunos quieren llegar a los sitios donde reina paz pequeña y escondida, sorprendidos con una letal advertencia: “Prohibido pasar: este lugar no es para los que sueñan”. “Para llegar se necesita estar vestido de madera y haber pagado cuota al artesano que hace cruces. Pueden surtir los ríos de peces y agua clara. De su último naufragio les quedó la vida, un mar y un batallón de pájaros. Por fin hay hombres para espantar los camposantos”.Hay trayecto prohibido para todos los que respiran. “No fume”. “Haga silencio” “No proteste” “No escupa”, que la saliva es como el golpe de una moneda en el sombrero de un mendigo. El tabaco y el humo nos recuerdan la producción en serie de fumadores que salen a las calles. “Se prohíben visitas” “La amistad está olvidada”. “Se venden granadas por motivo de viaje de soldados”. Alguien clama: “Necesito un Dios para los negros”. Lo mismo repite tambores en África. Y al final, los negros se quedan sin el Dios y con su hambre.Un hombre llega a una casa solitaria, a oscuras, y se sienta para llamar la luz con su desvelo. No supo cuándo lo condenó la callada madera a que hiciera un árbol y dos panes, o un sembrado de rosas amarillas. Solitario clamó: “Hay que romper el silencio y amarse”. Amaos los unos con los otros, hermanos, que a la muerte no tendrás quien te llore. “No solo devuelve la rosa robada en el camino: devuelve al mar el pez que aún no ha muerto. Llena de pan el hambre y deja que cada paralítico camine con vuestras piernas. Muestra tu alacena a los pordioseros y tiende con gozo los manteles de tu casa. Pon una almohada en vuestra cama, porque siempre habrá alguno a quien espera el sueño en vano”.