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El origen de la causa

El origen de la causa es causa de lo causado, afirma la...

30 de julio de 2014 Por: Rafael Rodríguez Jaraba

El origen de la causa es causa de lo causado, afirma la ciencia. Por facilismo o indulgencia preferimos discutir y combatir los efectos, y no afrontar y resolver la causa de los conflictos. La guerra entre Israel y Hamas es un efecto episódico de una causa endémica: la discrepancia en la fe.La confrontación entre Israel y Hamas, por cruenta y costosa en vidas y recursos, concita el interés, alinea opinión y desahoga pasiones. Los comentarios sesgados que suscita la confrontación, nos alejan del análisis del origen de su honda cimiente: el fanatismo religioso.Y es que el absolutismo religioso, sutil o abruptamente, antes que hermanar y conciliar diferencias, distancia y aniquila la esperanza de una convivencia civilizada. La paz y el respeto por los semejantes, metas cimeras y deseables de todo credo religioso, son aspiraciones naturales que no requieren de convalidación doctrinaria o confesional alguna.Como si no fueran suficientes las hondas diferencias sociales y económicas del mundo, la fe es fuente de discriminación, persecución y aislamiento. Desde tiempos inmemoriales el disenso religioso ha provocado tensión, amenaza y exterminio.Los fanáticos obsecuentes a cualquier credo que se torne absolutista, niegan el derecho a los demás de profesar una fe distinta a la propia, y si alguna persiste, se ridiculiza, irrespeta y combate.El absolutismo religioso no conoce de razón, caridad y tolerancia, cuando está en juego la certeza de la fe. En contraste con los postulados teleológicos que propalan, sus manifestaciones beligerantes son contrarias al anhelo de su credo: dignificar la vida.La guerra envilece la vida, empequeñece a la especie humana y da testimonio de la victoria de la pasión sobre la razón. Pero aún así, la guerra puede ser justa, legítima y necesaria, si agotada la disuasión, resulta indispensable para conjurar daño injusto.La defensa de Israel ante los ataques de Hamas es justa, legítima y necesaria como mecanismo extremo para neutralizar ataques sistemáticos, abusivos e injustificados de los cuales el mundo no tiene clara memoria. Si bien la guerra en nada resuelve el origen de su causa, sí asegura el mantenimiento de un status quo que seguramente no dejará de seguir siendo amenazado.Israel confronta a un movimiento dogmático que solo admite su credo, y que condiciona su vigencia a la destrucción de todos los credos o sistemas de gobierno distintos a su ‘teocracia’, lo que implica reconocer la diversidad, pero no admitirla. Provocar una guerra por no admitir la coexistencia de una fe distinta es negar la diversidad, abrogarse la verdad e incurrir en un peligroso mesianismo.Todas las formas de gobierno que pretendan imponer ideas, credos o convicciones mediante el uso abusivo del nombre de Dios, la coacción o la fuerza, son espurias.Los regímenes totalitarios encuentran nutriente en la ignorancia, en la divergencia de la fe y en la interferencia a la autodeterminación ajena. “La guerra y la necesidad une a los hombres y la paz y la abundancia los distancia”, dijo Montesquieu; los fanáticos religiosos bien lo saben.Solo con la separación de la religión de los asuntos del Estado, y con el influjo de la educación, la civilización logrará neutralizar el fanatismo intolerante. Entre tanto suceden estos milagros humanos, seguirán las ‘guerras santas’, y los hombres tendremos que dejar de discriminar para no ser discriminados.