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Huele a azufre

Huele a azufre. Se fue el chafarote, el Teniente Coronel que posaba...

10 de marzo de 2013 Por: Rafael Nieto Loaiza

Huele a azufre. Se fue el chafarote, el Teniente Coronel que posaba de comandante. Chávez fue nefasto para Colombia. Con él el comercio se desplomó. De los 7.000 millones de dólares de exportaciones a Venezuela, en el 2012 apenas se llegó a algo más de 1.500. Todo porque el histrión cerró la frontera por dos años para castigarnos. Perdimos un mercado natural, el más obvio entre los posibles. A nuestros empresarios les congeló el pago de lo exportado y a algunos nunca les pagó. Compañías colombianas fueron expropiadas en Venezuela, sin indemnización. ¿Cuántos empleos colombianos se perdieron por Chávez? ¿Cuántos empresarios quebraron? En seguridad fue peor. Chávez dio nuevo discurso ideológico a la guerrilla, la animó en su lucha, le dio refugio y apoyo logístico, incluso pretendió darle carácter de fuerza beligerante. Sin el chafarote hace rato hubiéramos conseguido la paz. Protegidos en la zona de frontera y en Fuerte Tiuna, el más importante cuartel militar venezolano, los máximos jefes subversivos se hicieron intocables. Aún lo son hoy, aunque ahora ‘Márquez’ esté en Cuba. Desde Venezuela mandan, planean, comunican sin riesgo alguno. Con Chávez, tuvieron el safe land soñado de cualquier insurgente. Semejante ventaja estratégica neutralizó los efectos de la ofensiva. Y nos ha significado muchos muertos y heridos. Y mucho dinero para mantener el esfuerzo militar, dinero que debería haberse invertido en la lucha contra la pobreza, en superar la desigualdad, en construir la infraestructura indispensable para alcanzar la modernidad. Y, para rematar la tarea colombiana en la lucha contra el narcotráfico se resiente por las ventajas que los narcotraficantes encuentran en el país patriota. ¿Cuántas vidas nos costó Chávez? ¿Cuántas familias colombianas han llorado sus muertos, sus mutilados, sus heridos, por cuenta de su apoyo a la guerrilla? Su legado político también huele a podrido. El Teniente Coronel fue golpista, desmanteló el régimen democrático, acabó con la separación de poderes y el sistema de frenos y contrapesos, persiguió a sus opositores y a la prensa, puso a servicio el aparato burocrático y los fondos públicos. Como dice El País de España, Venezuela es hoy “un régimen autocrático travestido de democracia”. Detrás de él, sus emuladores hacen lo mismo, borrando de un tajo los avances conseguidos en América Latina en la década de los 90. Apoyó dictaduras a granel, desde Cuba hasta Corea del Norte, sin importar la crueldad del tirano. Terminó con lo que quedaba de la OEA. Intervino descaradamente en los asuntos internos de otros países, el nuestro el primero, financió candidatos y presidentes, metió la mano de manera descarada para apuntalar a Ortega, a Cristina, a Evo, a Zelaya. Incitó al odio de clases, polarizó la sociedad y la dejó dividida, insultó a unos y a otros, arremetió contra la Iglesia, encarceló inocentes y opositores, gobernó para pocos y no para todos, se hizo rico y enriqueció a la ‘boliburguesía’, acabó con lo poco que había de industria nacional, desmanteló Pdvsa y la volvió la caja menor del gobierno, dilapidó 800.000 mil millones de dólares de ingresos extraordinarios petroleros, sumió en el caos la economía venezolana. Ahora lo embalsaman, como a Lenín, a Stalin, a Mao, a Hoxa, a Kim il Sung. Que Dios haya sido misericordioso, porque si de merecimientos se trata, debería arder en el infierno, entre los de su condición.

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