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Envidia

Aunque mis raíces se dividen entre el gran Cauca, el antiguo Magdalena...

3 de marzo de 2013 Por: Rafael Nieto Loaiza

Aunque mis raíces se dividen entre el gran Cauca, el antiguo Magdalena y Bogotá, nací en la fría capital y aquí he vivido siempre, excepto por los años consumidos entre viajes voluntarios y exilios obligados. Hace un tiempo la sede de invierno del Zipa parecía despegar hacia la modernidad. Castro con el orden en las finanzas, Mockus con las bases de una nueva cultura ciudadana, y Peñalosa con sus grandes colegios, parques, ciclorrutas y Transmilenio daban vida a una ciudad que hasta ellos parecía condenada a la decadencia de las grandes urbes tercermundistas. La ciudad tomó un rostro limpio y amable y acogedor. La suerte duró poco. Mucho bogotano posa de diferente, de contestatario, de progresista. Siente orgullo de votar distinto a “la provincia”. Mientras que la izquierda retrocedía en todo el país, en Bogotá se afianzaba. Uno tras otro, sin aprender la lección, se eligieron alcaldes del Polo. Concedo que Lucho tuvo un toque social que lo salva del colapso. Pero lo que vino ha sido el horror. La administración de Moreno fue el reino de la corrupción y el clientelismo. Y la de Petro el imperio de la improvisación, la burocracia y el espíritu autoritario.La elección de Petro tiene responsables: Luna, Galán y Parody, jóvenes competentes pero insolidarios, y el presidente Santos que prefirió al del Eme de alcalde y no a Peñalosa. Con el exsenador de burgomaestre, pensó el Presidente, saco un jugador peligroso para el 2014 y de paso evitó que el uribismo tenga una ficha en la capital. Por eso no solo nunca se esforzó por la comunión entre los diferentes candidatos de la Unidad Nacional sino que alentó la división por la que se coló, con el 30% de los votos, Gustavo Petro. Premió a los jovencitos con el gobierno y nos dejó a nosotros el problema.Porque Petro ha resultado un pésimo gobernante. No solo no conocía la ciudad y no tenía programa ni equipo, sino que es voluble, soberbio, autoritario. Y lo tienen sin cuidado los terribles impactos sociales de sus decisiones. Paradójico, por decir lo menos, para quien se dice de izquierda. Pero ahí están, imposibles de borrar, los daños a quienes vivían de los toros, a los comerciantes de la carrera 7, a las decenas de miles de obreros de la construcción que por sus condiciones de escolaridad no tienen alternativa distinta y que perdieron su trabajo porque la Alcaldía pone toda clase de trabas para las obras de vivienda. A estas alturas no puede mostrar nada, absolutamente nada distinto a algunas mejoras en seguridad que apenas sí pueden atribuírsele de manera parcial a su gestión. Lo demás es el caos, el ruido, la suciedad, la ineficiencia, la burocratización. En cambio Medellín acaba de ganar, en ardua competencia, el premio a la ciudad más innovadora del mundo. Voy allá cada cuatro o seis semanas y no dejo de sorprenderme con la gentileza y alegría de su gente, sus políticas de inclusión social, el renacer y la mejora de la calidad de vida de los barrios más pobres, el esfuerzo en educación y cultura ciudadana, los avances en mega colegios, bibliotecas y obras públicas. Los de Escobar son tiempos idos. Sí, lo confieso, siento profunda envidia. De Medellín, claro, que debiera ser faro de buenas políticas públicas para la capital y para el resto del país. Y de los paisas, que no se han dejado pintar pajaritos en el aire por esa izquierda corrupta, ineficiente y de políticas antisociales que tiene azotada a Bogotá.

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