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El año de la ‘rencoritina’

Termina 2018, uno de los años más difíciles y de mayor rencor que hemos vivido.

30 de diciembre de 2018 Por: Pedro Medellín

Termina 2018, uno de los años más difíciles y de mayor rencor que hemos vivido. En la política y en la economía hemos tratado, por todos los medios, de acabar con todo, como lo hemos hecho con las instituciones. Socialmente estamos más enfrentados que antes. Y lo peor es que nos negamos a escuchar al otro. Ante los errores propios o ajenos no hacemos más que hurgar donde más le duela al otro. Somos fieros en las batallitas personales por imponer los criterios propios y mantenemos un discurso aparente de disposición al diálogo.

Basta repasar los titulares de los medios por estos días. Por eso resulta imposible iniciar este escrito de una manera diferente. Hubiera querido comenzar diciendo que en este año, a pesar de los malos momentos y las equivocaciones, fuimos tan generosos que entre nosotros “no hay nada que perdonar”. Y que cada quien puede iniciar el nuevo año con la tranquilidad y la paz de haber sido correcto.

Pero no. Estamos llenos de rencores y hacemos todo lo posible porque los niveles de ‘rencoritina’ en el cuerpo se mantengan por encima de 150 mil unidades, que son los niveles normales de las sociedades en guerra. Y en esa tarea los dolores que producimos son tan grandes, las fuerzas que usamos tan desmedidas, tan duras las cosas que se han hecho o dicho que para saldarse solo esperan un perdón que jamás va a llegar. Todo es tan complejo que detrás de esa ‘tranquilidad’ que cada uno dice estar viviendo, en realidad no hay otra cosa que una sensación de pérdida y tristeza tan grande, que cada día es más difícil de remontar.

Es la realidad que vivimos en todos los ámbitos de la vida. Incluso con los seres más cercanos. ¿Alguien podría explicar nuestros niveles de violencia intrafamiliar, la sevicia política con la que actuamos o la destreza con la que usamos las leyes o rumores para despedazar a nuestros detractores? ¿Somos conscientes de que seguimos siendo un país en el que cada tres días un menor de doce años es asesinado con arma de fuego? ¿Estamos haciendo algo verdaderamente trascendente para contener los feminicidios?

En la política esa fiereza es quizá nuestro rasgo más característico. No hay el más mínimo problema en poner al contradictor en el paredón de las ignominias y la burla colectiva. No tenemos problema en caricaturizar al enemigo de la manera más sangrienta. Y en medio de semejantes guerras transcurre nuestra vida política. Allí radica el drama de vivir de crisis en crisis: solo hemos ganado capacidad para bloquear a los demás, pero cada vez más somos más incapaces de construir algo colectivo.

Y no nos avergüenza convertir un hecho doloroso para una o varias familias, en un episodio de sangre al servicio de las conjeturas políticas. El suicidio de alguien que pudo ser un amigo, derrotado su soledad, es vinculado al oscuro caso de corrupción de Odebrecht. Incluso ya anticipan la existencia de videos o pruebas reinas en las que se sugiere que tras esa muerte hubo una mano negra que todo lo acaba. Y mientras que todos los que de alguna manera tuvieron cercanía con el suicida se preguntan ¿por qué no habló?, ¿por qué no pidió ayuda?, sin reparar en que quizá sí lo hizo y muy seguramente no una, sino muchas veces. Pero el ruido que producen nuestros problemas o la sordera que aquellos que quieren esconderse, impidió escuchar el llamado.

Nunca ha tenido tanta vigencia el esfuerzo que hacen aquellas personas que desde todos los rincones y de todas las maneras nos invitan a que, por lo menos para escucharse, hay que bajarse de los egos y mirar al otro en la dimensión de ser humano que es. Con sus virtudes y defectos. Yo acepté la invitación. A ver si bajando los niveles de ‘rencoritina’, logramos que 2019 sea un año más provechoso. Para mí y para todos los que habitan este país.