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De puertas para afuera

Estamos viviendo una época de cambios absolutamente trascendentes. En los aspectos más básicos de nuestras vidas, lo que era, está dejando de ser.

3 de junio de 2018 Por: Pedro Medellín

Estamos viviendo una época de cambios absolutamente trascendentes. En los aspectos más básicos de nuestras vidas, lo que era, está dejando de ser. Con más o menos intensidad, los principios, las creencias, las actitudes y los comportamientos, están siendo removidos desde sus raíces más profundas. Las instituciones, las jerarquías, las relaciones de pareja, y de allí a las relaciones de los padres con los hijos, de los profesores con los estudiantes, los jefes con los empleados, los ciudadanos con el Estado, todo se está transformando.

Los colombianos estamos dejando de ser una sociedad sitiada. Esa en la que cada uno de nosotros había tenido que recortar sus propios derechos y replegarse a los espacios más íntimos, como una alternativa para protegerse de la guerra cotidiana; esa que hizo que en las ciudades se levantaran verdaderas barricadas que obligaban a los ciudadanos a vivir de puertas para adentro; atrincherados, como forma de protegerse contra la balacera que amenazaba en cualquier esquina. Esa sociedad, en la que poco a poco permitimos que los principios de la convivencia fueran desplazados por los de supervivencia, y que se desgarraran los lazos de solidaridad y confianza que sostienen el tejido social.

Era esa especie de cultura del miedo y el silencio, en la que nos dejamos hundir, al ver que vivíamos en un país en el que, cada veinte minutos se registraba un homicidio; cada quince minutos, un robo; cada media hora, hurtaban un vehículo; cada seis horas se ejecutaba un acto terrorista, y cada tres horas y media se producía un secuestro. Y los gobernantes, seguían como si nada ocurriera. Ni nosotros mismos reaccionábamos. Cada vez que ocurría algo, sólo había que correr para protegerse.

Hoy los datos no es que hayan cambiado de manera significativa. Y los gobernantes, tampoco. Y los demás seguimos corriendo. Pero el nivel al que han llegado las injusticias, las inequidades, los despropósitos, han llevado al país a tal estado de cosas, que la gente no aguanta más. Con más o menos diferencias, se comienza a vivir de puertas para afuera.

Lo curioso, lo más curioso, es que todo ha sido por cuenta de la política que, de un tiempo para acá, le ha permitido cada vez más a los colombianos salir de sus trincheras. La victoria del ‘No’, en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, ha sido uno de los puntos de partida. Desde entonces, la gente parece haber entendido que no sólo hay que estar descontento. También hay que expresarlo y hacerlo valer. Para decir que sí o que no; Para hacer visibles las diferencias y los desacuerdos; Para exigir que se reaccione o que se asuman responsabilidades. Lo bueno es que cada vez son menos los indiferentes. Y son más los que se han visto ante la obligación de tomar partido. A favor o en contra. Porque cada vez es menor el miedo a decirlo. Y cada vez son más los que lo dicen.

En principio, ese cambio ha sido calificado como el tránsito hacia una sociedad ‘polarizada’. Primero entre santistas y uribistas, que no era sino un enfrentamiento entre una élite incrustada en el poder institucional, que se reclama agente de modernización, y una élite emergente que se proclama como agente de crecimiento. Por cuenta de las elecciones presidenciales, esa tensión se está transformando en lo que de verdad es: una confrontación entre los que defienden el sistema y los que quieren cambiarlo. Y qué bueno que haya un candidato que representa y moviliza a los anti-sistema, y que esté disputando la Presidencia de la República 2018-2022.

Y mejor todavía, que cada quien tenga la posibilidad de expresar las diferencias y tenga que resolverlas por la vía electoral y no por la vía de las armas. Y saber, que el que gane, va a tener toda la responsabilidad. Y que si gana Duque, en su gobierno no estará Petro, ni tendremos ministros petristas. Y viceversa. Son las ventajas (y desventajas) de comenzar a vivir de puertas para afuera.