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Carta a Francisco de Roux

Querido Pacho, el lugar en que ahora te pone la historia no es el de presidir una de tantas comisiones desde la que cada quien querrá escribir su verdad. La tarea no parece ser otra que la de sustraerse a los nombramientos, para dedicarse a lograr que haya un solo esfuerzo que reconstruya la memoria y llegue a una verdad que sea la base de nuestra reconciliación.

3 de diciembre de 2017 Por: Pedro Medellín

Querido Pacho, pocas cosas hay más sobrecogedoras, que la de tratar de ver el futuro de los acuerdos de paz en Colombia, a través de la experiencia de los acuerdos de paz en Irlanda. Claro que se trata de dos procesos muy distintos. No sólo porque se trata de una guerra por la identidad que se remonta siglos atrás, sino porque involucró a todas las familias, toda la sociedad. Fue una guerra entre vecinos de pequeños pueblos que dejó un registro de violencia a lo largo del Siglo XX.

El proceso irlandés tiene la virtud de mostrar de frente los horrores de la guerra, pero también la esperanza de la reconciliación. Belfast, es una ciudad que ha levantado 99 muros de todas las formas y tamaños, a lo largo de 20 kilómetros, para separar la población protestante de la católica. Lo curioso es que algunos de ellos, han sido construidos después de la firma de un acuerdo de paz como garantía de seguridad.

Basta recorrer Shankill Road, para ver las cruces de amapola en las puertas de las casas o los bares, señalando los lugares donde murieron los protestantes; o Falls Road, la calle en que los lirios recuerdan las pérdidas de los católicos. Ambas son testimonio silencioso de una guerra sin cuartel.

Pese a que el próximo año se van a cumplir 20 años de haber suscrito un acuerdo de paz, la sociedad sigue muy polarizada, herida. Con el acuerdo, se reguló el desarme de los grupos armados; se convino el manejo de la seguridad del Ulster; se pactó la excarcelación de los presos; y se sentaron las bases de un gobierno compartido para Irlanda del Norte. Sin embargo, el acuerdo todavía no logra llevar a los actores del conflicto por la senda de la reconciliación. Incluso, cada lado lo llama distinto. Para unos, es el ‘Acuerdo del Viernes Santo’. Para los otros, es el ‘Acuerdo de Belfast’.

Aunque todos los sectores sociales hacen su mayor esfuerzo, y ya hay muchos ejemplos en que los viejos enemigos se han encontrado para dejar de serlo, la sociedad no se reconcilia. Hablando con cada uno, apreciando sus experiencias, se entiende la razón: no logran acordar cómo se va a escribir la historia que cuente la verdad sobre lo ocurrido; y tampoco a quién le corresponde hacerlo. Y es comprensible. En una guerra por la identidad, cada uno quiere asegurar el lugar que le corresponde. Y allí no puede haber distintas verdades. Para reconciliarse, hay que llegar a una sola verdad. Que sea aceptada por todos.

Ese desacuerdo es el que no permite tramitar y resolver las diferencias de una manera adecuada. Es el que se expresa en la política y en la vida cotidiana. Es la base que sostiene los muros mentales que separan a católicos de protestantes, y que cada quien justifica como una garantía de que no va a ser atacado por el que era su enemigo.

Es la gran lección que nos deja el esfuerzo sincero de los irlandeses. Con el Acuerdo de Paz, han logrado un resultado inocultable: la gente ha dejado de matarse. Y ese ya es el más grande avance. Pero no es el único. Ni marca el fin del conflicto. Es apenas un medio de un camino más largo y tortuoso: reconciliarse, a partir de honrar la verdad de los hechos. Y aceptarla.

Vueltos a Colombia, ahí está la gran oportunidad, pero también la gran amenaza. Después del nombramiento de los miembros de la Comisión de la Verdad, una confrontación silenciosa ha emergido. Distintos sectores, incluidos los militares, han expresado su intención de crear su propia Comisión de la Verdad. Y es comprensible. Cada quien quiere que la verdad en el conflicto armado sea reconocida como en realidad fue. No caben las interpretaciones, ni las medias verdades.

Querido Pacho, el lugar en que ahora te pone la historia no es el de presidir una de tantas comisiones desde la que cada quien querrá escribir su verdad. La tarea no parece ser otra que la de sustraerse a los nombramientos, para dedicarse a lograr que haya un solo esfuerzo que reconstruya la memoria y llegue a una verdad que sea la base de nuestra reconciliación.

Sinceramente,