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El camino del escritor

-¿Cómo escribe usted?, ¿cuál método utiliza?, ¿qué rutina tiene?-, son preguntas que...

10 de julio de 2011 Por: Patricia Lara

-¿Cómo escribe usted?, ¿cuál método utiliza?, ¿qué rutina tiene?-, son preguntas que con frecuencia nos toca responder en distintos foros a quienes nos dedicamos a este fascinante, duro y solitario oficio de escribir. Y son respuestas que nosotros buscamos también en las entrevistas y textos de los grandes escritores. Es famoso, por ejemplo, ese miedo que ante la página en blanco sentía al inicio de cada jornada el gran norteamericano Ernest Hemingway. De ahí que Gabriel García Márquez dijera que, para evitar esos ataques de pánico, él prefería terminar sus días de trabajo con un párrafo recién iniciado, con una idea inconclusa. Y también es recordado el overol azul, igual a los que utilizan los trabajadores del campo, que nuestro querido Gabo -para tener presente que su labor era difícil- se ponía cuando escribía en su estudio de Ciudad de México, un cuarto de paredes y muebles blancos, siempre calientico, situado en el jardín de su casa del Pedregal de San Ángel, alejado a unos ocho o diez metros de ella, donde mantenía sus libros, algunas fotografías significativas colgadas en las paredes, y su música, miles de cd, la mayoría de los autores clásicos (¡cómo amaba él a Béla Bartók!), pero en los que no podía faltar el Juancito Trucupey de Celia Cruz o la espléndida voz de Vicky Carr, música que él escogía escuchar según el momento que atravesara su corazón y que ponía casi siempre a buen volumen porque, como tantas veces lo dijo, más que la literatura, en sus textos está presente la música, como también lo está la poesía.Pues bien, Gabo se levantaba temprano, leía la prensa y a las nueve de la mañana ya estaba sentado escribiendo, releyendo, editando, destruyendo páginas, hasta lograr el párrafo perfecto, sin interrupción, sin atender el teléfono, sin permitir que nada ni nadie lo perturbara, y así, cada día, sin que importara el lugar del mundo donde se encontrara, así, siempre, hasta las tres de la tarde, hora en que almorzaba y luego sí, se dedicaba a hablar con los amigos, a leer, a parrandear un poco, a cantar o a bailar, a vivir bien la vida... Por eso, cuando la Real Academia de la Lengua Española consagró ‘Cien Años de Soledad’ como el segundo Quijote del idioma castellano, y le ofreció en Cartagena ese bello homenaje con motivo de su octagésimo cumpleaños, Gabo dijo que él jamás se planteó ganarse el Premio Nobel. Sólo tuvo en mente cumplir bien su jornada de cada día.Sí, estas reflexiones me las he hecho a diario, desde hace cinco días, cuando desde Tui, un pueblito de España en la frontera con Portugal, recorro sola y a pie los campos, bosques y pueblecitos de Galicia para hacer el Camino de Santiago, ese apóstol cuyos restos fueron traídos hacia el año 40 a Santiago de Compostela, a donde espero llegar mañana, para después de asistir a la misa de los peregrinos, ir a Finisterra, el Final de la Tierra, donde termina la tierra y comienza el mar que lleva a América, y los caminantes se bañan y queman sus viejas vestimentas para resurgir nuevos después de recorrer y meditar el camino.“El camino es la meta”, me dijo una peregrina china a quien conocí en la ruta. Entonces recordé a Gabito y pensé en este destino conscientemente solitario que elegimos los escritores, tal vez masoquistas irremediables... Sí, pensé en las tantas similitudes que tiene el ejercicio, el esfuerzo, la perseverancia y la disciplina que se requieren para recorrer este camino y llegar hasta Santiago de Compostela, con el oficio de escribir, el más difícil, tormentoso, solitario, con mayores posibilidades de extravío, pero el más hermoso e inagotable del mundo...