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Se llaman “apolíticos”

Domingo de elecciones. Me levanté a las 3:00 a.m. y a las...

26 de octubre de 2015 Por: Paola Guevara

Domingo de elecciones. Me levanté a las 3:00 a.m. y a las 5:20 a.m. despegó mi vuelo rumbo a la ciudad de mis abuelos. El cielo azul estaba oculto bajo una pesada cobija gris y los hallé con frío en los huesos, con pocas ganas de salir a votar. Pero al verme la abuela Rosario se vistió de rojo encendido y el abuelo Jaime subió las escaleras y bajó convertido en el galán que siempre fue, con pantalón elegante, blazer azul y bufanda al cuello.Partimos rumbo a la zona de votación y se me arrugó el corazón al ver la dificultad del abuelo al bajar del auto. Tuve que ayudarle a sacar por la puerta la pierna derecha que hace año y medio se fracturó en un accidente casero. Se puso de pie con ayuda de un bastón metálico con tres uñas que le aportan equilibrio como a un niño las rueditas extra de la bicicleta. Pensé: “Se han convertido en niños, mis niños, así como yo fui su niña pues sí, fui criada por mis abuelos”.Ante la lista de mesas de votación confirmaron que su mesa es la número 1, la de los ciudadanos “clásicos”, la de los veteranos votantes. Dos policías quisieron llevarlos al comienzo de la fila en razón de su edad, pero aclararon que se sienten jóvenes, ya cercanos a los 90. Llevan 61 años de casados y nunca, desde que tuvieron edad para votar, han dejado de hacerlo. Con su ejemplo silencioso me enseñaron que no hay excusa que valga para dejar de votar. Caminé orgullosa de su brazo, los guié hacia su mesa de votación y sentí un nudo en la garganta cuando el abuelo me miró con los ojos nerviosos mientras sostenía los papeles en mano. Él, que me enseñó a votar, acababa de olvidar cómo hacerlo. Tenía muy claro su candidato pero se extravío entre los logos extraños de partidos que se crean y se funden y se cruzan y nacen agonizantes; entre los múltiples cuadritos sin foto y con números que nada le dicen; entre las hojas con instrucciones tan menudas que sus ojos ya no logran decodificar. Tuve ganas de tomar su mano y ayudarle a trazar las X como él me enseñó a trazar las vocales cuando era niña. Pero se tomó su tiempo y al final lo logró en solitario. Salió caminando despacito entre los charcos para alargar el momento de la despedida, pues yo regreso a Cali. Quiero ser como ellos, que morirán juntos y votando aunque en una vida tan larga lo hayan visto todo en materia política: lo asqueante, lo corrupto, lo indignante y, también, lo esperanzador.Prefiero ser como ellos y no como los jóvenes enérgicos que se llenan la boca al llamarse “apolíticos” -lo dicen como si les diera un aura intelectual- sin saber de qué hablan porque, como dice Fernando Savater: “Todos somos actores políticos y decir ‘no me importa la política’ equivale a decir: no me importa la vida”.

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