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Noticias histéricas

Hay algo enfermizo en esa obsesión por difundir en primicia y en...

3 de agosto de 2015 Por: Paola Guevara

Hay algo enfermizo en esa obsesión por difundir en primicia y en 'prime time' los videos de insultos entre personas histéricas. Alguien cercano me dijo: “Se lo merecen. Qué bueno que todos sepan la clase de personas que son y pierdan hasta el trabajo”. Sí y no. Una cosa es usar el poder de los grandes medios para revelar el video o el audio en que políticos, contratistas del Estado o funcionarios públicos violan la ley y la ética. Y otra cosa es difundir a través de los principales medios masivos el video donde desconocidos deslenguados insultan a diestra y siniestra con los tragos y los prejuicios subidos a la cabeza. Toda figura pública sabe a lo que se expone si se divulgan sus palabras y sus acciones, se ha preparado para ingresar a ese mundo, ha renunciado a una buena porción de su privacidad por voluntad propia. Pero el ciudadano de a pie no ha enajenado su derecho a la expresión verbal de la ira, su 'derecho a la torpeza'.Por supuesto que los improperios y frases racistas y clasistas de un ciudadano común y corriente son infames e injustificables, pero pertenecen al terrero de la que podríamos llamar “estupidez privada”. Nos estamos acostumbrando a que sea noticia nacional que un par de taxistas peleen en La Dorada, Caldas, o que una señora empuje con su profuso escote a un agente del tránsito, o que dos niñas en un colegio se halen el pelo a la hora del recreo o que un borracho manotee a las puertas de un bar. Imaginemos cuántos colombianos han dicho frases sectarias y basura nacionalista cuando están frente a la pantalla del televisor viendo un partido de fútbol. Cuántos han reñido con el vecino o han insultado a otro durante un choque automovilístico movidos por la furia del momento. Qué tal si una cámara hubiera capturado el preciso instante en que todos fuimos la peor versión de nosotros mismos y dijimos ese algo de lo que tres segundos después nos arrepentimos. Y qué tal si ese raptus de imbecilidad lo pasaran una y otra vez en todos los noticieros y se regara por las redes sociales y viviera eternamente en la memoria de los buscadores web. ¿Aún tendríamos buena fama, honra, ofertas de trabajo?Con esto no quiero dar a entender que está bien ofender en privado siempre y cuando no haya una cámara encendida, lo que me parece preocupante es que algunos medios no estén para mejores cosas, sobre todo en un país que se juega su institucionalidad cada día.Lo que se impone es la paranoia de las cámaras, la sociedad del Gran Hermano, el panóptico de Foucault. Encendemos las antorchas pero se nos olvida que al validar este linchamiento colectivo avanzamos hacía una forma peor de intolerancia: la del '50 millones de colombianos contra uno solo', en el ring de los medios. La masacre está asegurada y decimos: “Se lo merecía, para que aprenda”. No estemos tan seguros de quiénes seremos en un día de furia.¿Y el odiado de esta semana? No tarda en aparecer. Ojalá no sea el hijo, la madre o el mejor amigo de quienes gritan, como la Reina de Corazones del cuento, “Que le corten la cabeza”.

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