El pais
SUSCRÍBETE

La obsesión con los apellidos

No nos digamos mentiras, algo nos pasa a los colombianos con los...

28 de septiembre de 2015 Por: Paola Guevara

No nos digamos mentiras, algo nos pasa a los colombianos con los apellidos. Esta tara es difícil de entender en otras latitudes y quizá provenga de nuestros abismos sociales y raciales, de nuestra historia de despojos, esclavitudes y segregación, o de un complejo que hace necesario acreditar un linaje ‘superior’ al de otros. Y ‘superior’, casi siempre, implica extranjería.No nos digamos mentiras. Como tema de conversación entre personas que recién se conocen y se están midiendo socialmente suele ‘colarse’ de forma muy poco desprevenida una referencia al ancestro alemán, al ancestro polaco, al apellido quinto emparentado con los Mutis, al rebuscado parentesco en quinceavo grado con los De Brigard.He oído a personas que hasta dan justificaciones al mencionar su apellido, sin que nadie se las haya pedido, como que no tiene origen indígena (aunque suene y luzca así) sino vasco. O se apresuran a advertir que el notario se equivocó al registrar su apellido y pervirtió su sonoridad francesa original.En algunas regiones y en las ciudades chicas ocurre un fenómeno de lo más simpático: el primer apellido ubica en términos generales pero el segundo, el materno, funciona como un sofisticado georreferenciador de abolengos, un GPS raizal. De allí que a todo recién llegado lo sometan a un interrogatorio que permita ‘ubicarlo’ en alguna categoría social.Quizá por esta tara ‘apellidezca’ causó tanta conmoción en las últimas semanas el hecho de conocer los verdaderos apellidos de la contratista de la Fiscalía que cambió el Lizarazo García por Springer Von Schwarzenberg. El asunto causó histeria colectiva y casi deja en segundo lugar el polémico contrato de la politóloga por $4.000 millones con la Fiscalía. Pero más allá de la anécdota que muchos consideraron fútil, y que con la misma velocidad que creció se esfumó tras los anuncios de paz, hay un hecho interesante para detenerse a pensar.¿Es cierto que en Colombia los apellidos otorgan, per se, una ventaja comparativa y competitiva? ¿Es cierto que en Colombia los apellidos son un arma de discriminación, positiva o negativa? ¿Es cierto que los apellidos en Colombia son como el nuevo traje del emperador: le otorgan una vestidura real y distintiva a alguien que en realidad podría estar desnudo? ¿Es cierto que somos vergonzantes del origen, prejuiciosos compulsivos, arribistas consumados?Como si no nos bastara con las brechas reales, efectivas y palpables de nuestra sociedad, tenemos que inventarnos unos nuevos. Posdata y propósito: que cada quien haga grande su apellido, sea cual sea, y que dejemos de medir y medirnos, descrestar y descrestarnos, etiquetar y etiquetarnos por semejantes tonterías. Desmovilicemos el complejo.

AHORA EN Paola Guevara