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La felicidad

Los estadounidenses son los genios de la promesa y, por eso mismo, son los genios de las ventas.

21 de mayo de 2017 Por: Paola Guevara

Los estadounidenses son los genios de la promesa y, por eso mismo, son los genios de las ventas. Andan por las calles legiones de obesos devorando palomitas de maíz “hechas a mano”, en primorosas bolsas transparentes donde algún genio malévolo ha impreso leyendas de colores que anuncian sin sonrojo “Natural aproach” y “Hecho con maíz no modificado genéticamente”.

El mercado estadounidense de snacks es el más variado y creativo del planeta, e inflama las góndolas de los supermercados hasta el punto en que parece desplazar a casi cualquier otra línea de producto, con una oferta alucinante de frituras y pasabocas en paquete “sin gluten”, “con saludables semillas de chía” y, por supuesto, “con quinua”. Hasta el vino cuesta más si las uvas “fueron cosechadas por manos humanas”.

Muy cerca de la caja registradora comienza un despliegue de gotas desodorizantes del inodoro con esencia de menta “natural”, productos contra el estreñimiento y, justo antes de llegar a la caja registradora, unas preciosas y diminutas cajitas que prometen “calma”, “relajación”, “alegría”, “energía durante el día” y “dulces sueños en la noche”, pero que en realidad contienen bolas de chocolate cubiertas de dulce y vitamina D, entre otras dosis vitamínicas tan altas que el reverso del empaque advierte no consumir más de una caja al día.

Imposible no pensar en Aldous Huxley, quien vaticinó en esa joya de la literatura que es ‘A brave new world’ (1931) un mundo donde la felicidad se dispensará a los ciudadanos en forma de una droga llamada Soma, que tiene las ventajas del cristianismo y del alcohol pero sin sus efectos secundarios. Hoy los snacks son ese Soma.

“Natural”, “natural, “natural”, es quizá la palabra que más se lee en bolsas plásticas de incomparable diseño gráfico, paquetes que perfectamente podrían ir a un museo y exhibirse dentro de 100 años como ejemplo de la genialidad de las artes gráficas americanas de comienzos del milenio.

O al museo de la publicidad, pues no venden snacks, qué va, eso sería para principiantes, lo que venden es “conciencias limpias”, la ilusión de que puedo comer veinte paquetes diarios de chatarra con “natural aproach” y estaré cuidando mis arterias, la ilusión de que si como snacks con granos enteros o sin modificaciones genéticas viviré una vida más saludable y longeva.

Entiende uno, en un supermercado, cómo un país tan extraordinario compró en el pasado un producto nefasto contra el miedo llamado George Bush, y como ahora lucha por sobreponerse a su más reciente y pelirroja adquisición.

Sigue en Twitter @PGPaolaGuevara

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