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Fotógrafos sociales

Su especialidad requiere habilidades singulares: paciencia en niveles industriales, carisma, empatía, amabilidad, velocidad y dominio técnico; pero sobre todo una enorme benevolencia con la naturaleza humana, a la vez vanidosa y atravesada por hondas inseguridades.

2 de diciembre de 2018 Por: Paola Guevara

En el gremio multiforme de los reporteros gráficos, el fotógrafo social ocupa capítulo aparte.

Su especialidad requiere habilidades singulares: paciencia en niveles industriales, carisma, empatía, amabilidad, velocidad y dominio técnico; pero sobre todo una enorme benevolencia con la naturaleza humana, a la vez vanidosa y atravesada por hondas inseguridades.

Su trabajo parece sencillo y suele ser subestimado por quienes desconocen la complejidad de una labor silenciosa que consiste en hacer brillar a otros y dejar constancia de los ritos de paso de su tiempo.

Lidian con los bromistas que les dictan nombres falsos para que se equivoquen a la hora de publicar. Lidian con quienes los acusan de inflamar sus papadas, de resaltar sus ojeras, de delatar su edad y su sobrepeso, y en fin, de violentar la imagen mental que tienen de ellos mismos y que rara vez se corresponde con la realidad.

Esperas interminables, dilaciones, distancias largas y trasnochos son su pan de cada día. Y no es un oficio exento de riesgos: recuerdo a una diligente fotógrafa social que resultó herida de gravedad cuando un cuchillo cayó de la mesa de un elegante club y se clavó en su pie. Ese día llevaba sandalias.

Incluso cuando no trabajan llevan sobre los hombros el peso de su fama. Los invitan a un cumpleaños y los reciben con caras largas: “¿No trajiste cámara? ¡Si para eso era!”.

Los nombran padrinos de una boda y en cuanto toman asiento el novio confiesa: “¿Te molestaría pararte a tomar gratis las fotos del evento?”. La frase que más escuchan no es “gracias por venir” sino “mándame las foticos”.

Pocos oficios soportan tantas humillaciones silenciosas, “ni piense que vino a comer”, “si sale en las fotos la novia de mi exmarido lo hago echar”, “párese allá donde nadie lo vea”.

Se mantienen imperturbables ante los que tomaron un cursillo de fotografía de tres meses y les cuestionan el ángulo, la luz y el encuadre de cada foto. Guardan con donaire los secretos de niños, borrachos e infieles.

Algunos son retratistas geniales o maestros de la luz que, sin embargo, no ganan premios. Pero en cambio conocen el lado B del mundo retratado; psicólogos y antropólogos empíricos, descubren como nadie las luces y sombras del género humano.

Ahora que llegan las fiestas decembrinas, vuelven a ser los grandes protagonistas. Para ellos, que andarán por allí a la caza generosa de alegrías ajenas, respeto, gratitud y aprecio.

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