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Atrapados sin salida

Escalar el Everest con un Yak muerto al hombro. Subir a Cristo...

23 de junio de 2014 Por: Paola Guevara

Escalar el Everest con un Yak muerto al hombro. Subir a Cristo Rey con alfileres en los zapatos. Ganarse el Baloto sin haberlo comprado. Cualquier cosa, cualquier cosa es más fácil que cancelar una tarjeta de crédito en Colombia. Quienes lo han intentado sabrán de qué hablo.“En estos momentos el sistema de cancelaciones está en actualización. Llame en una hora”. Y esa hora se convierte en 24, en 48, en un mes. “Puede acudir a una sede física, sí, pero allí tendrán que llamar a esta misma línea”, le advierten a uno, con el propósito secreto de dejarlo tan exhausto que se resigne a seguir pagando la cuota de manejo y, a lo mejor, termine cayendo en la tentación de endeudarse de nuevo.Hacen que uno se solidarice con los frustrados intentos de libertad de Papillón y se sienta como en aquella película surrealista de Luis Buñuel, esa donde nadie puede abandonar un aburrido coctel de la alta sociedad hasta que las bajas pasiones van aflorando y el encierro hace que los elegantes invitados se tornen deshumanizados, pasionales, hostiles.Es que no hay paciencia que aguante. No hay cursos para el manejo asertivo de la ira que impidan el estallido emocional, el grito desgarrado, la taquicardia que anuncia un daño irreversible en el músculo coronario, el llanto, el ruego, un carrusel emocional que termina, inevitablemente, con la frase “le voy a comunicar con un supervisor”, al que habrá que contarle la historia desde cero, quien hará por milésima vez la verificación de datos y pedirá de nuevo el número de la cédula, la fecha del nacimiento, la talla del zapato.Sin contar con los bancos con complejo de psiquiatra, que le preguntan a uno por qué quiere cancelar, cuál es su historia, si lo ha pensado bien, si pueden hallar juntos una salida, si quiere mejor un crédito rotativo, cambiar de vehículo, tiempo para pensarlo, apoyo, amistad, asesoría, eso sí, a costa de sus minutos de teléfono porque tienen prohibido devolverle la llamada. La casa nunca pierde.Por eso he empezado a sospechar que algunos bancos colombianos son budistas, no por su desapego al dinero sino por la actitud impasible con que soportan los insultos de los clientes saturados, y por su fe en la reencarnación. Sí, porque solo viviendo varias vidas tendremos tiempo suficiente para obtener al fin la tan anhelada cancelación de cuenta, la desvinculación, el c’ést fini, el no va más, el Nirvana bancario.Habría que crear un movimiento de indignación nacional para que, ojalá con la misma eficacia y celeridad con que aprueban y reparten tarjetas de crédito, pudieran cancelarlas cuando sus clientes así lo decidan. Tengan piedad, señores, por favor, difiérannos el infarto a una sola cuota.

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