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Normalizar lo anormal

Ver la vida desde la ventana, desde la barrera, desde la orilla. Verla donde no moje, donde no haga daño; donde el ruido no llegue, donde el caos no entre, donde nada me duela, donde poco me sorprenda, donde nadie me perturbe.

24 de abril de 2019 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Ver la vida desde la ventana, desde la barrera, desde la orilla. Verla donde no moje, donde no haga daño; donde el ruido no llegue, donde el caos no entre, donde nada me duela, donde poco me sorprenda, donde nadie me perturbe.

Pareciera que estamos atrapados en un estado de inercia que nos vuelve ausentes sin habernos ido; creyendo que nada es con nosotros; mientras no toquen nuestra búrbuja, que el mundo afuera se venga abajo.

En eso andamos. En un mundo cada vez más despiadado. Normalizamos la tragedia, porque aquí es normal que se muera la gente sepultada por un deslizamiento. Mientras no caiga tierra a mi casa o a la de los míos, no importa.

Normalizamos la violencia porque en esta ciudad matan 1170 personas al año y si los mataron por algo fue. Eso tampoco es conmigo. Y normalizamos, esa sí desde siempre, la violencia de género, porque que un hombre le pegue a una mujer no es un asunto nuestro: esos son problemas de pareja y es mejor no meterse. ¡Que se maten ellos, allá!
Normalizamos la desaparición de una niña de 11 años en el oriente de Cali, hace casi un mes ya; normalizamos que cada cinco días un niño sea víctima de abuso sexual en la ciudad, normalizamos las más de 5000 denuncias de violencia intrafamiliar al mes; los 23 feminicidios del año pasado, los seis que ya van en este; los que por desgracia vendrán...

Normalizamos que una mujer aparezca muerta en un caño, en un ‘accidente’, después de haber discutido con su esposo y cuando ambos iban en moto. Que los semáforos estén llenos de venezolanos buscando sobrevivir. Que decenas de bebés, niños y niñas pasen agua y sol en los separadores viales, en lugar de ir a estudiar.

Normalizamos lo anormal, sin sentir vergüenza por ello, sin pensar cuan egoístas somos. Qué paradoja, no hemos entendido que al normalizar lo anormal nos hemos convertido en un montón de anormales, y no precisamente de los que habla Lavoe en esa oda a la vida que es ‘Mi gente’.

Somos los anormales que no sabemos saludar, que no damos la mano, que somos incapaces de donar, y si más tenemos, más incapaces somos. Somos los anormales de una élite acomodada que no se compadeció nunca con las miserias; salvo contadas excepciones.

Somos los anormales que en Semana Santa lloramos la crucifixión y nos hacemos los piadosos dando limosna, pero no nos duele que la ciudad se desangre porque eso no hace parte del 0,01% de nuestro micromundo. De nada sirve tanta hipocresía si somos indolentes e incapaces de abrigar, de servir, de dar la mano, de compadecer.

Hoy, más que siempre, estoy convencida de que si algo ha de servir para devolverle el asombro a esta ciudad, a este mundo, es que alguien nos recuerde en qué lugar extraviamos el sentido de humanidad. 

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