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Los pueblos del olvido

El sino trágico de esta Colombia amarga, a la que el bullicio...

23 de abril de 2015 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

El sino trágico de esta Colombia amarga, a la que el bullicio de la furia le impide ver más allá de sus viscerales reacciones, los ha vuelto aún más invisibles. O lo que es peor, solo aparecen cuando hay que hacer visibles sus miserias, su abandono, sus cien años de soledad.El lamento de sus habitantes solo se escucha por segundos en algún noticiero. O se convierte en palabras de fantasmas, que se cuelan entre los párrafos de una crónica. O en las voces radiales que recitan lo que pasó.Hoy, cuando el reflector ya no está sobre sus rostros asustados, sobre sus endebles caseríos; hoy cuando volvimos a dejarlos en silencio, ellos retornan a ese lugar del que quizás nunca se han ido: el país del olvido.De nuevo, viven una condena a la que parecen signados, sin elección, por cuenta del corazón destrozado de esta guerra a la que no le duelen sus pueblos, y a la que sus muertos le duelen por días, por horas, por odios.Esa es la Colombia de La Esperanza, en Buenos Aires Cauca, la vereda que hasta el 15 de abril no aparecía en los mapas, pero que se volvió ‘celebre’ porque en una lluviosa y horrible noche mataron a diez militares. La de Samaniego, Nariño, que ostenta el record de 130 víctimas de las minas quiebrapatas, y donde sus verdugos, en una prueba de cuán absurda es esta guerra les cobraban $200.000 a los caídos en las minas, dizque por dañar la mina que estaba destinada a destruir las extremidades o segar la vida de algún militar.O la de Las Mercedes, Chocó, donde fue secuestrado un General y donde hace mucho dejó de existir el puesto de salud, hoy convertido en una letrina que hiede la miseria de un pueblo sin derecho a enfermarse. No muy lejos, a orillas del Atrato, está Bojayá, del que guardo en mi mente, en mis ojos, la imagen de un cristo sin brazos y sin piernas, que da fe de lo que pasó en su iglesia, cuando un cilindro bomba lanzado por las Farc dejó sin vida a 79 personas, según Memoria Histórica, 110, según otros registros. ¿Lo recuerdan?Y en otro extremo del país, hay un territorio que como reportera conocí, donde en las tiendas se pesaba coca como carne; donde el miedo ahogó por años las palabras de sus habitantes, mientras a sus afueras se negociaba la paz con Tirofijo y el Mono Jojoy: San Vicente del Caguán. ¿Lo recuerdan?Esa es la Colombia que recitamos para pontificar cuando disparamos palabras; la tierra de Francisco, quien en Samaniego pidió tener una buena prótesis: “porque el dolor que me genera la que tengo me mantiene bien oprimido”. La de Presentación, líder de Las Mercedes, quien dijo: “Nadie sabe cómo es que nos toca vivir sin centro de salud, sin energía, sin agua, sin trabajo, sin seguridad”. O la de la profe Flor Alba, que en La Esperanza exclamó: “Qué rabia que tengan que matar a diez personas para que se interesen por nosotros”. Esa, señoras y señores, es la Colombia que sí sabe lo que es el horror de esta guerra.