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La crueldad del bullying

“A veces siento que no quiero vivir más. Es que nadie me toma en cuenta. Parece que no valgo nada. En el colegio se burlan de mí. En la mañana siento que no me quiero levantar. Parece que no tengo un lugar en este mundo”.

11 de marzo de 2020 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

“A veces siento que no quiero vivir más. Es que nadie me toma en cuenta. Siento que no valgo nada. En el colegio se burlan de mí. En la mañana siento que no me quiero levantar. Parece que no tengo un lugar en este mundo”.

Está apenas en la adolescencia y ya perdió la esperanza. Lleva años callando su tristeza. Y prefiere aislarse frente a la pequeña pantalla a través de la cual ve pasar las horas. En ese mundo virtual se ha topado con gente que dice sufrir lo mismo, pero que en el fondo solo intenta aprovecharse de su fragilidad. Alguien le envió imágenes de juegos suicidas como si la vida fuera un juego. Lleva meses navegando entre las turbulencias de la depresión.

Hace muy poco sus padres se enteraron de lo que estaba ocurriendo. Hasta entonces advertían solo visos de timidez en una personalidad en desarrollo. Pero aparecieron heridas en sus brazos, que revelaron que ese silencio no era una simpleza. Y se prendieron las alarmas. Al compartir lo ocurrido, los padres se enteraron de decenas de historias similares. Como un virus que se esparce en lo cotidiano. Resultó coincidente que muchos llevaran a sus hijos, a sus hijas, a terapia, porque las lesiones del matoneo pueden ser letales. Y a veces nos parece que todo es tan casual y que son cosas de la niñez.

En búsqueda de consejos se encontraron casos como el de una chica a la que de tanto escuchar bromas pesadas por su figura hoy lucha contra una anorexia. El del niño hastiado de callar porque a otro le resultaba muy gracioso decirle ‘pobretón’. Al de la niña que lloraba cada vez que intentaba hablar en público, porque sus compañeras se burlaban de su tartamudeo y timbre de voz. Al del niño que nunca más pudo irse en la ruta escolar por los insultos sobre el tamaño de su cabeza.

No es mentira. No es poca cosa. En Colombia, según el Ministerio de Educación, el 30% de los niños en edad escolar dicen haber sido víctimas de matoneo. Y un 22% admite haber participado alguna vez del acoso a los demás. Y ese es apenas el registro oficial.

En días en que el coronavirus aterra al mundo, valdría la pena pensar en esos males silenciosos que son tan terribles como una pandemia y que está en nuestras manos sanar. El bullying es uno de ellos y minimizar sus alcances puede ser mortal, porque las ganas de no vivir no se revelan en un estornudo, una radiografía o en un examen de sangre.

No hay recetas mágicas para curarlo. Pero quizás con unas dosis de atención, empatía, firmeza, respeto y mucho amor propio podría estar la vacuna. También en la conexión de los padres, en la atención de los maestros, en los valores que le damos a nuestra niñez y en el compromiso que tengamos como sociedad.

En un mundo que anda tan de prisa valdría la pena repensar la manera en que nos comunicamos con los nuestros y qué clase de humanos estamos educando para el mundo. Porque una persona amorosa, respetuosa y valiente siempre será mucho más valiosa que alguien lleno de dinero y éxitos, a quien poco le importa matonear a los demás.

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