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El covid del odio

Vivimos presos de un covid del odio, tan mortal como la epidemia que quisiéramos fuese parte de una pesadilla.

12 de agosto de 2020 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Hoy la ciencia busca afanosamente la vacuna que espante al virus que trastorna al mundo. Los rusos toman la delantera y apuestan por la suya, los ingleses siguen en juiciosa etapa de pruebas, los chinos anhelan tener la cura al mal que provino de su tierra y en Estados Unidos Trump sueña con hallarla para garantizar su reelección. Todo un ajedrez de poderosos, en el que la controvertida OMS asiste como juez.

Pero mientras ello ocurre a altas esferas, acá en la nueva normalidad, a pesar de la pausa, la ansiedad, el temor y la incertidumbre, no hemos podido hallar la vacuna para acabar con otro tipo de covid que a paso lento pero seguro asesina el alma. Fíjense, de nuevo estamos en un cuadrilátero político en el que somos incapaces de defender posturas sin acudir al insulto y alimentar el discurso del odio. Pareciera que tanta violencia nos hubiese aturdido por dentro, aniquilando la necesaria serenidad para asistir a debates con altura, en los que respetemos la diferencia y nos despojemos de esa falsa y soberbia creencia de ser dueños de la verdad absoluta. Por fortuna, las palabras no disparan, porque las que a veces leemos en la tribuna pública de las redes sociales producen escalofrío.

Somos odiadores profesionales. Sordos a los mensajes que nos trae la pandemia y la cuarentena. Incapaces de entender que no se trata solo de sobrevivir sino de aprender a vivir. De mirarnos hacia adentro y barrer esa montaña de basura acumulada por años que oprimió lo que realmente somos sin máscaras, eso que fuimos de niñas, de niños y que pensábamos ser cuando grandes. ¿Quedará algo?

Pareciera que nos da más reconocimiento y aplausos el veneno. Y no solo en la polarización de un país que duele y seguirá doliendo, sino en la cotidianidad de quien no renuncia a la arrogancia y permanece en su burbuja a prueba de mortales. O el incapaz de advertir que no hay un momento que necesite más de solidaridad, de humanidad, que este. O el que prefiere sentarse a mirar desde la barrera y criticar, que es su especialidad. Y el que a pesar de todo lo vivido le encanta expandir bochinches e intrigas, sin importarle acabar con los demás. Gente con demasiada hiel en el alma que normalizó la inquina, el malhablar y las calumnias. Nunca dejará de sorprenderme la capacidad de autodestrucción que tenemos los seres humanos.

Vivimos presos de un covid del odio, tan mortal como la epidemia que quisiéramos fuese parte de una pesadilla. La peor de las pesadillas. Lo que diferencia a ambos virus es que para el 19 habrá que esperar una vacuna, que tarde que temprano llegará. Pero para el del odio, por desgracia, habrá que aguardar una eternidad. 

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