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Foto de referencia. Migración Colombia tramitó la deportación de la colombiana Echeverría desde Suiza. | Foto: Archivo de El País

Abortemos la crianza machista

¿No sería más fácil si miramos cómo educamos a nuestras niñas y niños para que a futuro vivan una sexualidad responsable?

27 de febrero de 2022 Por: Vicky Perea García

Mucho se ha discutido sobre la despenalización del aborto en Colombia hasta la semana 24 de gestación; decisión polémica de la Corte Constitucional que puso a opinar al país y sobre la cual cada quien tiene su respetable punto de vista. Pero en lo que poco se ha ahondado, pese a ser la génesis del asunto, es en la corresponsabilidad del hombre y la mujer frente a la sexualidad.

Empecemos por el principio: en nuestra cultura, al hombre se le educa desde niño para ser el varón, el macho y ese concepto está intrínsecamente ligado a su virtud sexual. Y el que se atreva a rebelarse, quizás termine señalado de ‘rarito’ y hasta más, por lo que es mejor seguir el patrón para que su virilidad no sea puesta en duda jamás.

Pues bien, este hombre, formado bajo unos mandatos de género muy exigentes, y hasta con la ingenuidad de creer que se está en lo correcto, debe haber ‘probado mujer’ en su juventud; expresión terrible que se usa de antesala al ritual en el que se lleva al varoncito donde una trabajadora sexual a que le enseñe ‘las artes amatorias’, porque ni que fuera el más bobo para llegar virgen a acostarse con su novia, que en la mayoría de ocasiones fue educada a la inversa.

Luego de ‘la graduación como macho’ podrá disfrutar a plenitud de la sexualidad, tras una primera vez en la que usó el condón para no contraer enfermedad, pero ¿con la novia, condón?, muy pocos, porque es a ella a la que le toca ‘cuidarse’, otra expresión normalizada, en la que se asume que la obligada a usar anticonceptivos es la mujer.

Con la planificación, ella deberá elegir entre una variada gama de métodos, todos invasivos como las pastillas, la T, la pila, la inyección y más, porque si se llega a ‘descuidar’ la que se embaraza, la culpable, es ella. Para los hombres son pocas las opciones y el condón es para muchos un fastidio.

Ya en una edad más avanzada, cuando deciden no procrear, la primera opción es que ella se opere, pese a que solo ovula unos días del mes, mientras el hombre puede embarazar todos los días de su vida. Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, solo el 3,6 % de los hombres se habían hecho la vasectomía, mientras que el 34,9% de las mujeres se practicó la ligadura de trompas.

Otro aspecto visto con liviandad es el de las relaciones donde no hay acceso al sistema de salud, la prevención no existe, las mujeres se embarazan una y otra vez y conciben en las más precarias condiciones, porque su deber es traer hijos al mundo y satisfacer a su pareja. La OMS calcula que al año se dan 25 millones de abortos inseguros en el mundo y 47.000 mujeres mueren en el mismo tiempo, por esta causa. En Colombia se realizan al año 400.000 abortos clandestinos y el 30% de quienes se lo practican sufre infecciones pélvicas, si salen con vida.

Pese a todo lo expuesto, en el debate en torno a la despenalización ha habido mucha preocupación, válida y necesaria, en torno a la vida del bebé en gestación, pero poca, muy poca, por la salud física y mental de las mujeres, que terminan siendo cosificadas (la bolsa donde se carga el futuro bebé) y estigmatizadas, porque se presume que todas abortarán en la semana 24 y que asumirán la sentencia como un método de planificación.

¿No sería más fácil si miramos cómo educamos a nuestras niñas y niños para que a futuro vivan una sexualidad responsable? Si por algún lado debemos empezar es abortando la crianza machista que tanto daño nos hace y comprometiendo al Estado y a la sociedad en brindar las herramientas para que haya autonomía tanto de él como de ella en la decisión de procrear. No se trata entonces de señalar culpables sino de modificar las reglas del juego y de comprender que hasta en algo tan básico como el sexo nos hace falta pensar con equidad.

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