No hay peor ciego
Uno de los problemas más recurrentes en las negociaciones con las Farc...
Uno de los problemas más recurrentes en las negociaciones con las Farc han sido las mentiras; siempre presentes, siempre evidentes, siempre ofensivas. En los discursos son abundantes las imprecisiones y descaradas son las declaraciones. Y a pesar de que esa práctica no es nueva, duele. Y adquiere una connotación dramática cuando el presidente Santos la avala.Les preguntaron a las Farc por los secuestrados; y cínicos dijeron que no tienen ninguno. Clara Rojas, desde la Fundación País Libre, tuvo que expresar el dolor de esta nueva burla. Luego apareció el presidente Santos y sello el destino del tema: Hay que creerles. Que las Farc mienten ya lo sabíamos; pero es aterrador que el Gobierno -con el propósito de mantener los diálogos- niegue lo que el país sabe; las Farc tiene más de 400 secuestrados. La declaración del Presidente empieza a mostrar los costos de esta negociación. Santos hará todo por mantener este proceso. Será, nuestro Presidente, el primero en defender a las Farc de los justos reclamos de los ciudadanos. Pretenderá encubrirlo todo a través de la falacia de creerles. No será difícil para Santos hacerlo; le gusta gobernar sobre un país que no existe; imaginar realidades que no corresponden a los contextos que vivimos. El atentado contra Londoño se dio en medio de las negociaciones, entonces secretas. Era un buen momento; es una voz que se opone a la capitulación, y silenciarlo antes de que el país conociera el proceso, les daba garantías. Además, el contexto era ideal, pues habría señalamientos hacia otros grupos. Santos sin investigación ya lo sabía: no fueron las Farc, nos anunció. Debieron decírselo y él les creyó. El Fiscal, sin embargo, insiste en que todo apunta a que la Teófilo Forero fue el promotor del acto terrorista. Pareciera que el Gobierno y sus negociadores prefieren ignorar no sólo lo que ha pasado, sino lo que está pasando, para sellar el acuerdo. Concediéndoles que lo hacen por amor a la patria y la convicción insuperable de que nos acercará hacia una convivencia más armónica (y no por premios, cargos internacionales o mera vanidad) hay una equivocación fundamental: la paz no es un acuerdo firmado por un gobierno y unos narcoterroristas. La paz es un proceso mucho más amplio y complejo; implica reconciliación y reconstrucción del tejido social. Negar y limpiar a las Farc de todas sus faltas a través de mentiras es una estrategia inútil. El país sabe lo que ha vivido; lo recuerda y lo sufre aún hoy. La negociación con los violentos sólo tiene sentido cuando ellos aceptan sus faltas. Una negociación con ellos exige a simple vista, al menos, dos condiciones básicas: liberación de todos los secuestrados (no sólo los políticos) y el cese unilateral al fuego. Sin ello, puede que firmen un papel cuyo valor simbólico en nada altere la realidad del país.Todo esto acrecienta las preocupaciones en torno a la negociación. Podemos entender que la firma de un acuerdo no es equivalente a la paz, pero que puede ser un primer paso. Sin embargo, la desfiguración de la realidad, la tarea del Presidente y su gobierno como agentes defensores de los violentos, suponen una inversión de la natural representatividad de esos cargos. En este contexto, y con el dato adicional de que los garantes del acuerdo son los gobiernos de Cuba y Venezuela, sobresale una pregunta ¿Quién representará a la sociedad colombiana?