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Nos creen estúpidos...

La capacidad de la clase dirigente de este país para superarse a sí misma en desfachatez no deja de sorprenderme...

7 de abril de 2017 Por: Ossiel Villada

Da tristeza reconocerlo, pero es verdad. Los colombianos nos hemos acostumbrado a vivir en el lodazal. No hay un día en el que no despertemos con un nuevo escándalo fresco y calientico para acompañar el desayuno.

Las historias sobre licitaciones amañadas, contratos amarrados, compra de votos y de conciencias, tráfico de influencias, violación de los más elementales derechos humanos, discriminación, utilización indebida del poder en todas las esferas, violencia selectiva, abuso de los más débiles, entre otros, están a la orden del día.

Nos rodea un estado de cosas tan putrefacto, pero tan sofisticado, con tal capacidad de renovarse y multiplicarse, que uno se puede dar el lujo de elegir cada día su vergüenza nacional preferida.

Colombia es hoy lo más parecido a Netflix: hay tantas cosas abyectas y oscuras para ver, que uno se gasta más tiempo buscando que mirando. Con la sutil diferencia que esto no es ficción.

Yo, la verdad, estoy muy indeciso por estos días. Primero andaba enganchado con la feria de avales de Cambio Radical a políticos corruptos en La Guajira, convencido de que ‘El man es Germán’.

Hasta cuando apareció el emocionante escándalo de Odebrecht. Esa trama alucinante de reuniones secretas en Brasil, maletas millonarias que cambian de manos en cafés de Bogotá y la conexión secreta con un tierno y misterioso personaje apodado ‘Ñoño, me atrapó irremediablemente.

Me parecía insuperable, hasta cuando el simpático ‘Popeye’ y sus queridos amigos de la marcha del 1 de abril me hicieron volver a dudar.

Ahora ya no sé si quedarme con ese, o devolverme a la voluptuosa ‘Yidispolítica’, el escultural ‘Agro Ingreso Seguro’ de Uribito, las intrépidas ‘chuzadas’ de María del Pilar en el DAS, la apasionante serie del ‘hacker’ de Zuluaga o el ‘Yo te elijo, tu me eliges’ de Ordoñez en la Procuraduría. La vaina me está resultando más difícil de lo que creía.

Pero no es tanto de eso de lo que quiero hablar. Lo que realmente no deja de sorprenderme es la capacidad de la clase dirigente de este país para superarse a sí misma en desfachatez y desvergüenza.

Si aquí organizáramos los Juegos Mundiales del Cinismo, nos ganaríamos todas las medallas. Canallas como Trump y Maduro y Putin quedarían pintados en la pared.

No hay cómo superarnos en ese deporte nacional. Y eso sí que es indignante. Ahora resulta que además de soportar el pantano nauseabundo en el que nos tienen nadando, tenemos que aguantarnos los súbitos ataques de dignidad de los próceres de este país. Y su sempiterno estado de amnesia selectiva. Y esta sí es la tapa: es mejor no llamar las cosas por su nombre, para de pronto no ir a ofenderlos.

Entonces ahora vienen, por ejemplo, los señores Palacios y Pretelt, a decirnos que cuidadito. Que ellos jamás cometieron un delito cuando ejecutaron un plan para comprar una reelección presidencial cambiando la Constitución. Esa misma que su invicto jefe defiende hoy tan celosamente de los acuerdos de paz. Que no les digan delincuentes, porque ellos son patriotas.

Y por esa misma línea viene nadie menos que el Presidente de la República, con su carita sorprendida de ‘Chavo del 8’, a decirnos que él ni siquiera sabía que había algo llamado Odebrecht.

En la carrera por la de oro, el “Me acabo de enterar” de Santos compite codo a codo con el “Todo fue a mis espaldas” de Samper y el “Tengo defectos, pero no he sido corrupto” de Uribe.

Y esos son solo dos botones de muestra. Pero hay ejemplos por montones para elegir. Durante años tuvimos razones de sobra para creer que en este país no había gente más cínica que la de las Farc. Ahora sabemos que no estaban solos.

Estos otros que nos creen estúpidos, estos que se ríen de nosotros como hienas que defienden su carroña, son los mismos que quieren seguir gobernándonos. Se los recuerdo desde ahora. A ver si en el 2018 por fin despertamos.

(...Y de fondo suena la melodía de 'A pesar de usted' - Chico Buarque, 1982)

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