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El error de Ospina

Doce años atrás, cuando Jorge Iván Ospina inició su primera Alcaldía, Cali empezó a recuperar algo que había perdido y que era indispensable para salir de la profunda crisis en la que había estado por largo tiempo: confianza.

15 de octubre de 2020 Por: Ossiel Villada

Doce años atrás, cuando Jorge Iván Ospina inició su primera Alcaldía, Cali empezó a recuperar algo que había perdido y que era indispensable para salir de la profunda crisis en la que había estado por largo tiempo: confianza.

Apoyados nada más que en nuestro extraordinario espíritu resiliente, los caleños logramos rescatar una ciudad que casi estaba en el fondo del abismo. Aún con todas las dificultades y dudas que surgieron en torno a ellas, la ejecución de las grandes obras públicas que puso en marcha Ospina revitalizó a Cali y recuperó su autoestima.

Y más allá de los vaivenes políticos, esa confianza que él activó se mantuvo en los dos gobiernos siguientes como un factor cohesionador y un motor de desarrollo.

Pero, paradójicamente, ha sido el mismo Ospina quien ahora, en el inicio de su segundo mandato, ha cometido el error de poner un enorme interrogante sobre la continuidad de ese gran activo que es la confianza.

Hasta hace un mes todo estaba dado para que a partir de 2021 su Gobierno zarpara, viento a favor, montado en el barco de un ambicioso proyecto de endeudamiento público: $650.000 millones para invertir en esta ciudad. Una suma que, manejada con inteligencia y estrategia, puede consignar su nombre como el mejor alcalde de la historia reciente, el héroe que logró rescatar a Cali de la pesadilla económica que dejó el coronavirus.

Y no había la más mínima posibilidad de que el proyecto de endeudamiento se enredara. El argumento básico estaba ahí, más justificado que nunca: la inversión pública es el camino recomendado por la teoría económica para enfrentar un shock como el que vivimos. Los ciudadanos la reclaman, los empresarios la esperan, los políticos están dispuestos a promoverla. Todos quieren retratarse empujando el carro de la reactivación y el empleo.

Como si eso fuera poco, el Alcalde construyó una sólida coalición política en el Concejo y estaba claro que solo uno, de 21 concejales, no iba a votar a favor del proyecto.

Así las cosas, ¿había necesidad del grotesco espectáculo que se dio para lograr la aprobación del endeudamiento? ¿Era necesario que el Alcalde se desdibujara como lo hizo? ¿Se justificaba prender este ‘incendio’ en su primer año de Gobierno?

La respuesta es no. Era un momento para crear consensos y subir a la mayor cantidad de gente posible al barco; para enviar un mensaje de tolerancia en una ciudad cada vez más agresiva. Era un momento perfecto para apropiarse nuevamente de la bandera de la confianza.
Algo que Ospina no puede negar que necesita, considerando sus pendientes judiciales, los cuestionamientos que le han hecho en su propio partido y la realidad política del país.

Pero, en uno de sus rasgos más característicos, se dejó arrastrar por las emociones. No era necesaria la soberbia de no detallar en qué planea invertir la plata ni cómo pagará la deuda. Ni negarse a hablar de aspectos técnicos que hubieran dado más legitimidad a su actuación. No era necesario maltratar a nadie con la palabra. Y menos aún, terminar señalado de misógino.

Con todo, quienes quieren que a Ospina le vaya mal están felices porque oficialmente ‘mordió la carnada’. Permitió sembrar la idea de que quizá podría endeudar de forma irresponsable a Cali; de que los millonarios dineros de esa deuda pueden usarse sin eficiencia y sin estrategia; o que incluso pueden llegar a despilfarrarse o a perderse. En resumen, validó la hipótesis de que existen suficientes razones para desconfiar de él.

Es una versión renovada de esa malsana narrativa de la guerra entre ricos y pobres, entre el Club Colombia y Aguablanca, que tanto daño nos ha hecho. Y es lo peor que nos puede pasar: perder la confianza que tanto costó recuperar y tanto necesita Cali.

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