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El efecto Uribe

Y aquí vamos otra vez. Medio país se rasga las vestiduras por la orden de detención preventiva contra el expresidente Álvaro Uribe.

6 de agosto de 2020 Por: Ossiel Villada

Y aquí vamos otra vez. Medio país se rasga las vestiduras por la orden de detención preventiva contra el expresidente Álvaro Uribe. Y el otro medio festeja como si hubiéramos descubierto la cura del coronavirus.

Los que atacan el acuerdo de paz de La Habana gritan que esto es un “complot del castrochavismo”. Y los que llegaron al Congreso gracias a ese mismo acuerdo levantan su dedo acusador, sin ningún asomo de vergüenza, aunque todavía no pagan por sus crímenes.

Los de la derecha dicen que hay que refundar a la Patria. Y hablan de convocar a una Constituyente para acabar con todas las cortes y crear un único tribunal, al mejor estilo de Chávez en Venezuela. Incluso hay quien se atreve a llamar a las reservas del Ejército para que salgan “a defender la democracia, maestro”. Todo porque una decisión judicial no favoreció a su líder.

Y los de la izquierda, así de simple, andan igual de envalentonados y ya se sienten con un pie en la Casa de Nariño en el 2022.

Mientras tanto, la economía se nos cae a pedazos en medio de la peor crisis sanitaria del último siglo. Y 4 millones y medio de personas están sin empleo. Y un ejército de colombianos en la informalidad se debaten entre morirse de Covid-19 o morirse de hambre. Y las EPS retratan con lujo de detalles la absoluta incompetencia de nuestro sistema de salud. Y crece la amenaza de grupos criminales alimentados por el narcotráfico. Y en las ciudades se dispara la delincuencia. Y miles de pymes cierran. Y montones de emprendedores quiebran. Y los trabajadores de la cultura se convierten en mendigos. Y miles de niños que no tienen acceso a la tecnología quedan sin educación. Y la violencia intrafamiliar crece entre las cuatro paredes del confinamiento. Y este país se va por el despeñadero con el tapabocas del miedo.

Pero de repente ninguno de esos graves problemas que padece Colombia parece importar. Y todo se reduce a una pandemia de histeria colectiva que contagia a quienes, por el contrario, deberían estar llamando a la prudencia y la reflexión.

El documento en el que se basó la decisión sobre el expresidente tiene más de 1500 páginas y no se ha divulgado oficialmente. La inmensa mayoría de los colombianos no lo ha leído y, por lo tanto, salir a descalificar a la Corte o atreverse a decirle lo que debe o no debe hacer es, como mínimo, un acto irrespetuoso y temerario.

Y si bien es cierto que está de por medio el antecedente funesto de la pésima actuación de toda la Justicia colombiana -incluida la JEP- en el caso de ‘Jesús Santrich’, también lo es que ambas cosas no se pueden equiparar pues corresponden a procesos, dinámicas y realidades distintas.

Con lo cual llegamos al fondo de lo que hay detrás de todo este numerito de ira e intenso dolor en el que unos y otros se montan a conveniencia: manipulación.

La verdad es que tanto a la derecha como a la izquierda les conviene lo que está pasando con Uribe Vélez, pues es el camino más fácil, barato y efectivo para lanzarse a la campaña electoral del 2022 montados en el lomo de la rentable polarización política. El negocio para ambos consiste en posar. Unos de víctimas y otros de vencedores.

El problema es que si le seguimos apostando a esta calenturienta obsesión por el caudillismo, sin dar los debates de fondo que necesita este país, todos vamos a terminar pagando los platos rotos. Porque los graves problemas que nos aquejan siguen ahí, pero ahora repotenciados por la nefasta pandemia, y no hemos hecho nada por solucionarlos.

Así que bien nos vendría a todos bajarle un cambio a la indignación por el ‘efecto Uribe’ y seguir el sabio consejo que una vez dio una de sus mejores alumnas: “¡Trabajen, vagos!”.

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