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Caleños tóxicos

Cali está llena de gente noble que con sus pensamientos, acciones y emociones crea esa atmósfera de ‘buena vibra’ que distingue a esta ciudad ante el mundo.

10 de agosto de 2017 Por: Ossiel Villada

Cali está llena de gente noble que con sus pensamientos, acciones y emociones crea esa atmósfera de ‘buena vibra’ que distingue a esta ciudad ante el mundo. Pero también tiene una gran cantidad de personajes que se identifican por una característica particular: son tóxicos. Es decir, son perjudiciales para la salud. Igual que el cigarrillo. Tanto como el monóxido de carbono. Mucho más que el Flí para matar moscas.

El caleño tóxico nivel ‘básico’ se distingue por un rasgo simple: nada le sirve. Para él, todo está mal en Cali. La ciudad no avanza, sino que involuciona, y va de mal en peor en todos los frentes. Cree que todo tiempo pasado fue mejor, así haya sido el tiempo del Cartel de Cali. No existe aquí ningún esfuerzo rescatable ni destacable. Con él no se puede discutir sobre qué hacer para que la ciudad mejore. Cuando se le pregunta por qué está convencido de que el Alcalde de turno no sirve, no sabe dar una explicación convincente. Le basta juntar y pegar una suma de resentimiento, amargura, ignorancia histórica y datos inexactos para construir un argumento. Pero eso sí, el día de las elecciones es el primero que se va a Pance “porque eso pa’ qué”.

Junto a él está ese caleño tóxico nivel ‘premium’ que, a pesar de vivir en un estrato alto, haber tenido todas las oportunidades y acrecentar su riqueza gracias a esta ciudad, habla mal de ella en público cada vez que puede y no se siente orgulloso de haber nacido aquí.

Su rasgo distintivo: cree que él es el único capaz de resolver los problemas, y que los demás somos unos brutos por no tenerlo de alcalde.

Estos, a su vez, son una auténtica joya para ese otro caleño tóxico que hace carrera en la política. De esos tenemos bastantes. Y de todos los pelambres. Unos se proclaman como defensores de la causa social, pero se olvidan de ella cuando llega la hora de ‘Ceveyé’. A otros les encanta dar discursos para destruir al Gobierno de turno, pero no les da ningún asomo de vergüenza vivir de él. A algunos les encanta impulsar las revocatorias, porque son expertos en diagnosticar la problemática, pero cuando llega la hora de la ‘solucionática’, no le pegan a una. Tienen una característica particular: aman los micrófonos.

Gracias a estos es que existen y persisten unos caleños tóxicos que trabajan en el sector público. Para ellos, el Estado es un veraneadero en el que a uno le pagan por ir de vacaciones. O lo que es peor: una casa finca a la que hay que saquear sin contemplaciones.

Uno se los encuentra en el CAM o en la Gobernación, y puede distinguirlos claramente de los funcionarios buenos. Su rasgo distintivo es la desidia, el ‘importaculismo’ puro. La virtual quiebra de Telecomunicaciones de Emcali es, tal vez, su gran obra maestra.

En medio de todos estos hay una pequeña tribu de caleños tóxicos que posan de intelectuales para destilar veneno contra la ciudad. Gente a la que le sobró Nietzsche y le faltó Niche. Se dicen muy progresistas y muy educados, pero son capaces de escribir cosas como esta que vi el otro día en Facebook: “Yo no soy racista, pero por qué otra vez un negro en el afiche de la Feria”.

Esos son apenas unos cuantos. Tristemente, la inefable condición humana hace que muchas veces los demás nos contagiemos y asumamos actitudes tóxicas.

Cali, por supuesto, no es el paraíso. No se trata de desconocer su realidad. Pero si de verdad nos duele y queremos sacarla adelante, es hora de desintoxicar el debate sobre su presente y su futuro. Si usted conoce a algún caleño tóxico, compártale estas líneas en Facebook. Que al menos sepan que los tenemos identificados: “Te conozco bacalao, aunque vengas disfrazao...”

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