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Un liderazgo probado

La emoción en política depende de la inminencia de grandes acontecimientos: períodos...

26 de abril de 2014 Por: Óscar López Pulecio

La emoción en política depende de la inminencia de grandes acontecimientos: períodos de crisis económicas, de guerras civiles o internacionales, de riesgos de disolución en países que agrupan pueblos diversos por su religión, su idioma o su origen racial. Es la necesidad sentida de un cambio radical lo que enciende el debate electoral. Cuando eso no sucede porque la economía va bien, porque la gente se siente razonablemente satisfecha, porque el gobierno ha sido sensato y no ha protagonizado escándalos mayúsculos, la idea del cambio es más una amenaza, una incertidumbre, que una oportunidad. Esto último es lo que sucede con las elecciones presidenciales en Colombia.Curiosa circunstancia porque se supone que el eje de la campaña es un proceso de paz sobre un conflicto interminable. Pero éste se adelanta con una guerrilla reducida, sin mayor poder militar, sin mayor control territorial y sin posibilidades de triunfo. Es un proceso que busca incorporar a la vida civil a un grupo rural de combatientes contra el Estado, que no configura una guerra civil, y que no está dentro de las urgencias más sentidas de la población, mayoritariamente urbana. La discusión electoral es si los jefes responsables de esa antigua y sangrienta rebelión deben ser castigados penalmente por sus actos o si se les debe aplicar una forma de justicia transicional que les permita ejercer sus derechos políticos de elegir y ser elegidos. Pero no es un tema que genere un gran debate público, puesto que todo el mundo piensa que es mejor que ese conflicto no exista y que eventualmente habrá que pagar un alto precio para que eso suceda.Así que el centro de la campaña presidencial no es un tema que divida al electorado en partes que creen un gran interrogante sobre sus resultados, y sobre el resto de los temas: la seguridad urbana, el desempleo, el costo de vida, la seguridad social, no hay propuestas que permitan creer que hay alternativas mejores que las que se han adelantado o se han propuesto. Con un nivel alto de inversión extranjera, una inflación controlada, avances en la formalización del empleo y la reducción de personas en el nivel de pobreza, es difícil convencer al elector de tomar riesgos innecesarios con liderazgos no probados.La gente corriente, que es la que vota, sólo cambia su líder cuando aparece otro que considera mejor o cuando no queda más remedio por el vencimiento de los períodos. Si está en la cómoda situación de sentirse más o menos bien, ni se motiva para votar, ni se involucra en el debate electoral, lo cual quizás explique el alto porcentaje de gente indecisa, a un mes de las elecciones, pero también que el presidente- candidato esté de todas maneras encabezando las encuestas de intención de voto y no tenga un rival serio en el horizonte. O quizás sí, dice el tío Baltasar, Enrique Peñalosa, que enarbola la única bandera de verdad popular, mucho más que el proceso de paz: la de la anti-política, que le da réditos frente a la opinión pública pero que encierra una enorme contradicción y es que un Presidente de la República no puede ser elegido sin el apoyo del mundo político, del que él carece en materia grave. Así, que cabe esperar, añade el tío, que las elecciones de mayo no sean otra cosa que la confirmación de un liderazgo ya probado.

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