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Parkland

A la señora Kennedy que era todo compostura: fría, elegante, bella, le...

30 de noviembre de 2013 Por: Óscar López Pulecio

A la señora Kennedy que era todo compostura: fría, elegante, bella, le estalla encima la cabeza de su esposo, el Presidente de Estados Unidos; ella se vuelve hacia atrás y se monta peligrosamente sobre la tapa del baúl del automóvil descapotado en marcha. Al mismo tiempo un agente secreto se encarama al automóvil y la devuelve a la relativa seguridad del interior. Todo en cinco segundos. Siempre se pensó que lo que ella estaba tratando de hacer era ayudar al agente a subir. Pero no, lo que quería en un intento inconsciente de reparar el daño, era recoger parte del cerebro del Presidente que había quedado desparramado sobre el carro. Con los restos en su mano enguantada llega al Parkland Memorial, el hospital de Dallas, donde ese 22 de noviembre de 1963 se consuma la tragedia.En el hospital a esa hora de almuerzo, hay poco que hacer. Cuando llega la comitiva presidencial ya el Presidente es otro. En la sala de cirugía el doctor Jim Carrico, un residente, trata de reanimar al Presidente cuyo corazón apenas late; pero a la 1 p. m. en el caos de la sala atestada de personal médico, agentes del servicio secreto, un cura y la señora Kennedy, todos cubiertos de sangre, el Presidente es declarado muerto. No lejos de allí, llevado a las volandas por el servicio secreto, en una sala de archivo, contra la pared, protegido por todos los costados, espera Lyndon Johnson, el Vicepresidente. Un agente se dirige a él y le dice por primera vez: señor Presidente, debemos volver a Washington. Él replica: no me iré sin la señora Kennedy. Pero ella ha decidido que no se irá sin el cuerpo. Entonces Johnson, decide refugiarse en el avión presidencial, mientras llegan. Tienen que desatornillar dos sillas para abrir espacio al féretro, pero cuando van a subirlo no cabe y tienen que serruchar un panel para que entre. Lo depositan en el suelo. Jacqueline Kennedy va a la habitación presidencial y se encuentra con Johnson sentado en la cama hablando por teléfono. Su reinado ha terminado. Al mismo tiempo ha comenzado el proceso para revelar la película de Abraham Zapruder tomada en la escena del crimen con una cámara Bell and Howell de 8mm. Cuando ven lo que hay allí, Zapruder ordena tres copias, entrega dos a los investigadores y se reserva otra. La vende a Life Magazine por 150.000 dólares. En el entretanto, en las oficinas de la Policía de Dallas descubren que Lee Harvey Oswald, el asesino, está en una lista de sospechosos por sus antecedentes comunistas, ha visitado la oficina, ha amenazado con destruirla y nadie le ha puesto ninguna atención. Esas prueban de vergonzosa incompetencia desaparecen.Oswald, quien es baleado dos días después en el propio sótano de la Policía, frente a las cámaras, y va a morir al Parkland Memorial en manos de los mismos médicos que atendieron al Presidente, es enterrado sin ceremonia religiosa, en un distante cementerio rural. Los pocos fotógrafos ayudan a sepultar el cuerpo ante la sola presencia de su esposa rusa, de su hermano y de su madre, medio loca. Son los pequeños episodios de una gran historia. Los detalles. Las personas corrientes que se ven involucradas en un hecho extraordinario. Sin teorías conspirativas, sin conclusiones. Sólo hechos insignificantes. Parkland es la película que acaba de estrenarse en Estados Unidos, dirigida por Peter Landesman, que aparece al celebrarse el medio siglo de los sucesos para contar de modo casi documental, con magníficos actores, una velocidad de vértigo y un tono de nostalgia inevitable, esa ‘petite historie’.

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