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Nuestro libro sagrado

En 1967 cuando se publicó ‘Cien Años de Soledad’ hubo una especie de revelación de los orígenes nacionales.

2 de junio de 2017 Por: Óscar López Pulecio

En 1967 cuando se publicó ‘Cien Años de Soledad’ hubo una especie de revelación de los orígenes nacionales. Colombia entera se vio reflejada en ese libro que creaba un mundo mágico de hechos y palabras pero arraigado a su realidad de ignorancia, violencia y reserva que era la vida cotidiana. Una obra que recogía a la vez la mejor tradición de siglos de buen escribir, lindando con la poesía, con los cuentos de guerras y fantasmas que narraban los abuelos en las noches sin luna. Cincuenta años después el mundo entero se ha visto reflejado en él, convirtiendo a Macondo, el pequeño pueblo perdido en medio de la selva, en un sitio universal.

La Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle convocó con motivo del aniversario a un grupo distinguido de profesores para que cada uno diera su versión de la obra, que tiene tantas lecturas como lectores. ‘Cien años de Soledad’ es quizás el libro más analizado por los críticos literarios: su gestación, sus fuentes literarias, su influencia en la manera de escribir de varias generaciones, sus significados secretos, sus claves. Todo lo que Gabriel García Márquez quiso decir y todo lo que jamás se le ocurrió.

Es una obra que se inscribe en la literatura fantástica a la manera de Poe y Julio Verne, en la cual se intuye el mundo del futuro (Rodrigo Argüello). Está escrita bajo la influencia extravagante de Rabelais, cuyo Gargantúa y Pantagruel, publicado en el Siglo XVI, la prefigura, aunque su autor lo niegue (Hernán Toro). Es la otra cara de la versión oficial de la historia de Colombia de Henao y Arrubla, la contra historia (Juan Moreno). Es un mundo pagano donde la religión católica no existe y las mujeres se adueñan del sentido de la realidad (Carmiña Navia). Es un mundo encantado donde la inocencia todavía no ha sido destruida por la razón (Fernando Cruz). Es una obra que se reinventa en cada lectura, en cada idioma, en cada generación (Santiago Gamboa). En fin, un caleidoscopio.

Y como cada quién tiene su interpretación, ahí va esta: con ‘Cien Años de Soledad’ se cierra en Colombia con broche de oro una manera barroca, ricamente adjetivada, de escribir que nace en la Colonia y tiene en María de Isaacs, en La Vorágine de Rivera, y aún en La Marquesa de Yolombó de Carrasquilla sus hitos más importantes. García Márquez con su desmesura, su prosa perfecta pulida como un diamante y sus adjetivos profusos, está más cerca de esa tradición y del Siglo de Oro Español que de Faulkner, para mencionar un autor del Siglo XX, conocido como una de sus influencias.

Y si se quisiera ubicar en el tiempo estaría más cerca de las grandes obras mitológica de la antigüedad, donde el mundo estaba por hacer y los dioses disponían caprichosamente de sus criaturas, que de la literatura moderna. Un universo mágico, irracional, incestuoso, donde las cosas aún no tienen nombre, creado por la imaginación que nace del temor y la soledad. El hombre primitivo que interroga al cielo. Así que lo que hace universal a ‘Cien Años de Soledad’ es su anacronismo. Es anacrónica en la manera como se escribe: ningún escritor del mundo desarrollado escribía de ese modo en 1967. Y anacrónica en lo que cuenta: los orígenes del mundo. Nuestro libro sagrado, que se parece a los de las otras religiones, de alguna manera dictado desde lo alto, y por ello universal, inagotable y maravilloso.

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