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Los nuevos ricos

Agridulce porque, primero, no lo sabían y segundo, porque suben en la escala social solo para que los bajen a sombrerazos a punta de impuestos.

2 de septiembre de 2022 Por: Óscar López Pulecio

Son muchos los colombianos que se han despertado con el agridulce sabor en la boca de saberse entre los más ricos de la población.
Agridulce porque, primero, no lo sabían y segundo, porque suben en la escala social solo para que los bajen a sombrerazos a punta de impuestos. Ese límite ominoso es el de diez millones de pesos de salario, que solo gana el 1 % de la población que paga impuestos. Y si se trata de un jubilado es aún un club más exclusivo porque se trata del 0,2 % de ellos.

El siguiente párrafo inmortal merece comillas porque su autor es el Dane: “La clase alta está compuesta por personas cuyo ingreso per cápita supera los 3.520.000 pesos cada mes. A su vez, la clase media está compuesta por personas con ingresos entre los 653.781 y 3.520.000 de pesos al mes; y los más pobres tienen un ingreso inferior a los 331.688 pesos”.

Lo que se mide es el ingreso familiar, o sea, la totalidad de los ingresos dividida por el número de miembros de la familia. Si solo uno trabaja, se gana los diez millones y son cuatro miembros, a cada uno le corresponderían 2,5 millones, así que ese hogar queda irremediablemente situado en la clase media.

Si el ingreso del núcleo familiar de esas cuatro personas supera los 14 millones, bienvenido es a la clase alta. Y si como sucede en parejas altamente educadas, cada uno de los cónyuges recibe más de diez millones, pues cuando se sienten a almorzar con Alejandro Santodomingo, se espera que paguen la cuenta. A no ser que una vez liquidados sus nuevos impuestos, si se aprueba el proyecto de reforma tributaria tal como está, no tengan cómo llegar al restaurante.

El argumento de que quienes más tienen paguen más, es impecable. Es la base de cualquier sistema impositivo. Los impuestos a las personas y a las empresas deben ser progresivos y universales. La realidad colombiana en esa materia es dramática. Las empresas más ricas del país concentraron en el 2014 el 95,8 % de la riqueza, empresas que pagan más del 80 % de los impuestos. Mientras solo el 20 % de las personas (900.000 de un total de 20 millones de trabajadores) tuvieron saldo a pagar en sus declaraciones de renta.

Otro argumento impecable que se desprende de las anteriores cifras es que las personas naturales deberían pagar una proporción mayor de los impuestos, para no gravar más a las empresas, desestimulando la formación de capital y la generación de empleo. ¿Pero, cómo hacer ese malabarismo si solo 1 % de la población que paga impuestos gana más de diez millones y ya están suficientemente gravados?

A esa mesa le falta una pata. Habría que buscarla entre los grandes accionistas de las grandes empresas, cuyos dividendos deberían ser gravados (a no ser que desaparezcan los privilegios y agujeros fiscales de las empresas que los generan), entre los comerciantes que no utilizan facturas electrónicas (el comercio de semovientes parece ser un caso clásico) y las profesiones liberales que cobran en efectivo. O sea, en la muy próspera economía oculta e informal que es tan grande. No puede ser que los ricos de diez millones sean tan poquitos. No parecería, si se ve el normal funcionamiento de la sociedad.

Lo que sí parece haber es una descomunal evasión y elusión tributarias. Hacia allá deberían enfocarse los mastines de la Dian, para aliviarles a los nuevos ricos de diez millones que hoy pagan impuestos, el agridulce sabor en la boca.

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