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Ligerezas

Con el patrocinio de la Academia Española de la Lengua, nada menos,...

3 de enero de 2015 Por: Óscar López Pulecio

Con el patrocinio de la Academia Española de la Lengua, nada menos, el escritor Arturo Pérez-Reverte acaba de presentar en Madrid su versión aligerada de Don Quijote de la Mancha, originalmente publicado en 1605. La buena intención de esa iniciativa es llegar con la historia del Ingenioso Hidalgo a un público juvenil, para el cual la prosa cervantina es incomprensible y las múltiples historias que se entrelazan en las dos partes del famoso y extenso mamotreto, un laberinto. O sea, un crimen de lesa majestad literaria que se comete, como tantos otros, a nombre de la pedagogía. Lo que buscó Pérez-Reverte fue “aligerar el texto sin alterar su esencia”. Librarlo de polvo y paja, como si no fuera precisamente eso en su integridad: una historia fantástica y desordenada producto de la inventiva de un creador literario de primer orden. Con Don Quijote se han tejido toda clase de teorías sobre su naturaleza, su significación histórica, su representación icónica de lo español, su carácter universal, su permanencia en el tiempo, la historia trágica de su autor. En fin, es uno de los libros que más libros ha producido sobre sí mismo, sin contar con versiones infantiles, juveniles, explicativas, películas, dibujos animados, tiras cómicas, hechas en aras de popularizar la saga y sobre todo, de ponerla fuera del patrimonio de los académicos y cerca al gran público. Todo ello santo y bueno, pues puede inducir quizás la curiosidad del lector para saborear en sus palabras originales, con sus aventuras originales, la gran obra maestra, ininteligible, enrevesada, tortuosa, pero fresca y divertida como hace cuatrocientos años. Pero Don Quijote escrito por Pérez-Reverte, no es Don Quijote.Y entre nosotros, con el patrocinio de la Secretaría de Cultura de Cali, las mismas buenas intenciones (que como se sabe pavimentan el camino del infierno) y exactamente los mismos propósitos pedagógicos, Julio César Londoño, acaba de hacer lo propio con María de Jorge Isaacs, publicado en 1867. María ha sido también fuente de numerosos estudios académicos y debates que van desde la existencia real del personaje, hasta la glorificación del paternalismo esclavista en el aislamiento de El Paraíso del contexto de guerras civiles de la época; existen sobre el libro versiones digitales, impresas, completas, simplificadas, resúmenes, películas e historietas. No es un libro extenso, su esencia romántica se expresa tanto en la historia de Efraín y María como en la prosa; sus 55 capítulos son muy breves, es fácil de leer puesto que la manera de escribir y la ortografía española no han cambiado mucho en siglo y medio, y aun la versión original viene con un anexo para explicar los giros idiomáticos vallecaucanos. Entonces, ¿para qué aligerarla?El tío Baltasar, admirador de la prosa de Londoño, que no es ligera sino erudita sin mayores concesiones al lector, piensa que la polémica desatada alrededor de sus textos, que aún no se conocen, no es tanto porque Londoño haya hecho ese trabajo pedagógico, que incluye al Alférez Real de Eustaquio Palacios, sino que haya incurrido en la ligereza, un poquito imperdonable, de decir que les ha enmendado la plana a Isaacs y a Palacios, mejorando (¿modernizando?) su estilo, “aligerando el texto sin alterar su esencia” como hizo Pérez-Reverte con Don Quijote. Sólo que María, escrita por Julio César Londoño, no es María.

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